lunes, 29 de diciembre de 2008

Suspiros y estornudos.

El 8 de diciembre de 1980, fue encontrado en la entrada de un bloque de apartamentos, cubierto por una manta de nieve, el cadáver del cantautor más aclamado del siglo XX. Voz y pluma líder del cuarteto de Liverpool, tal vez el más multitudinario de la historia reciente de la música, logró, tras la disolución del grupo, mantenerse en los primeros puestos de los afectos de la audiencia.

El hasta entonces desconocido Mark David Chapman unió con pólvora su destino al de la mítica estrella del Rock. Ese día Chapman, lector constante de libros ocultistas, se levantó con una ingeniosa idea: esperar, oculto tras unos matorrales, a que John volviera a prepararle la cena a su hijo, y mostrarle su admiración como nadie lo había hecho: tirotearlo a quemarropa. Chapman, eso hay que reconocerlo, sacó la pelota del parque.

En la superficie erizada del espejo ve dioses mancillados. Debajo de la ceja izquierda y junto a la mandíbula, pompas de vino estallan, hongos de sangre.

Casandra alcanza a sentir en el sonido del viento las pisadas del bárbaro invasor

En sus cansadas retinas Troya ya es un cúmulo de caliente ceniza.

En 1870, en una pequeña capilla al sur de Paris, Paul Verlaine contrajo matrimonio con una rolliza campesina. Dos años más tarde, huía de la heterosexualidad y de la pequeña casa de los suburbios de la mano de un grácil jovencito: Arthur R.

Hace más de medio año que los fantasmas no dejan dormir en paz. Los seguidores de Baco liban febriles vinos en la tinaja rosada.

viernes, 26 de diciembre de 2008

El olor de la guerra.

Un joven ex policía recuerda cuando su división encontró una fosa común.

El campesino pasaba por un camino veredal de Calamar, Guaviare. A cien metros de la vera, vio una motocicleta abandonada. La lluvia y la feracidad de la tierra la habían reducido a chatarra. Se acercó, temeroso. Pocos metros antes de llegar, pateó un zapato. Un fuerte hedor lo hizo retroceder. Dio aviso a la estación de policía. El teniente encargado comisionó a unos agentes regulares para que custodiaran la zona, mientras el fiscal y el médico legista hacían la remoción de tierra y el levantamiento de cadáveres. El olor impresionó a Andrés. “Estaba como a treinta metros, y podía oler. El olor a muerto se queda en las fosas nasales, adherido a la piel. Pasan semanas y no se va. Por más que se lave el uniforme, sigue ahí, impregnándolo todo. Yo deje semanas enteras el uniforme en una tinaja llena de agua enjabonada. El olor seguía ahí. Encontramos una fosa con dos cadáveres en avanzado estado de descomposición. Estaban descuartizados. Vomité.” Las insuficientes investigaciones develaron que los autores del crimen fueron unos escuadrones paramilitares. Como muchas organizaciones civiles lo han denunciado, las fuerzas armadas del estado colombiano trabajan en compañía de éstos, y por eso sus crímenes la mayor parte de las veces quedan en la impunidad.Andrés es bachiller de un colegio público de Armenia. Cuando le correspondió prestar servicio militar, pidió ser aceptado como regular en la policía. Muchos trataron de disuadirlo, pero ningún argumento lo hizo ceder en sus pretensiones. El día en que ayudó a transportar los cadáveres, decidió abandonar la carrera policial. “Como no hubo forma de encontrar señales de identificación en la fosa, decidimos poner los cuerpos lo más lejos de la estación. La morgue era un cambuche sin techo. El olor seguía presente. Recuerdo que ese día nos dieron de almuerzo arroz, papas y plátanos maduros y carne frita. No probé bocado. Extendimos la ropa de los cadáveres en las afueras de la estación.”Lo que más lo conmocionó fue el rostro desencajado de una señora que, al ver la ropa extendida, comprendió que el hijo ya no estaba desaparecido. “Venía a poner la denuncia por desaparición. Pero, cuando vio la ropa, se puso a llorar. Se halaba el pelo. Fue algo que me impresionó. No quiero repetir esa situación.”Estudia en la Universidad. Es atento en clase, y jocoso en los pasillos. Aunque, de vez en cuando, por unos segundos, la tragedia se dibuja en su rostro. Trata, entre tareas y trabajos, olvidar. El otro cuerpo, que él sepa, no fue reclamado por nadie. “Un N.N. más”.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Un final esperado.

Se cuenta que el principal teórico del travestismo, un alemán de mirada nostálgica y sincero amaneramiento, centró sus ideas en las simetrías del género femenino con el masculino. La inspiración para su labor pedagógica la recibió de la lombriz, un animal hermafrodita por naturaleza.

martes, 16 de diciembre de 2008

TRIPS.

Otra minificción.
Se empecinó en descubrir el origen de su especie. Consultó toda la biblioteca de la Universidad de Transilvania. En un tomo de psicología experimental, escrito por un polaco de apellido impronunciable, encontró que los fantasmas son extravíos de la mente humana. Se percibió feliz. El error de esta investigación, pensó, radica en la falsedad de las fuentes.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Mini cuento

Encontró la carta en la mesa de noche. Dos relámpagos de tinta cruzaban la blancura de la hoja: lo siento, pero no tuve escapatoria… fue bueno mientras duró.
Se deben tener polillas en el cerebro para cometer tal ligereza, aunque los puntos suspensivos no dejan de asombrarme, pensó mientras acomodaba el saco en el espaldar de la silla. Encendió la pipa, caló y se sentó a esperar que cesara la lluvia. Su talento como detective es reconocido en todos los rincones del planeta. No hay motivo para tambalear, para sentirse ahogado. En este caso hay un elemento que trastoca mi método de investigación. El principal sospechoso es mi estimado Watson, susurró.
Se acercó a la ventana. Un tenue trazo carmín cruzaba, de un lado al otro, su cuello.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Relatos del Más Acá.

La vida de un joven campesino en zona de conflicto. Hace cuatro años vive en Armenia.

Burló la vigilancia del Hospital Psiquiátrico. Botas pantaneras, camisa de manga larga y
jean negro, lo hacían ver como un labriego más. Errático, caminó por las calles de Puerto Asís, departamento de Putumayo, durante unas cuantas horas. Los paramilitares, dueños absolutos de la parte urbana, recelaron. Preguntaron. Nadie dio razón de él. Lo pararon en una esquina y balearon. Ningún organismo estatal investigó el caso. Andrés se enteró pasados los días. “Era un enfermo mental, no le hacia daño a nadie”, recuerda.
Nacido en Puerto Asís, Andrés conoce los estragos de la guerra. El casco urbano, territorio paramilitar. La parte rural, del frente 48 de las FARC. El primer día de clases de 1999 la chiva en la que viajaba al colegio fue detenida por un grupo de guerrilleros. Jóvenes, con pistola en el cinto y una AK- 47 colgada en el hombro, hicieron apear a los pasajeros, cerca al río Putumayo. Pidieron documentos de identidad y revisaron maletines. Dijeron que era un procedimiento de rutina. Andrés, después de recibir la Tarjeta de Identidad, se acercó a la vera del río. Aguas turbias mecían una pequeña lancha, encallada a menos de treinta metros del bus. Tres hombres apilaban costales llenos de mata de coca y recipientes azules. “Oliver”, el jefe de la cuadrilla, presionó el hombro de Andrés. “Qué haces por aquí. Vete para la chiva, que ya va a arrancar. Yo había pasado unos meses con una tía aquí, en Armenia, por eso tenía acento. Preguntó de dónde era y qué hacía en Puerto Asís.”, dice Andrés.
Los campesinos están en la mitad de un continuo tira y afloje de los bandos. En una ocasión, varios milicianos llegaron a la finca familiar. Tomaron agua del aljibe y dejaron guardado, en las piezas de atrás, armamento. “Uno no sabe qué hacer. Si uno les dice que no, piensan que uno es enemigo de ellos. Si el ejercito encuentra eso, pues mandan a los paras. Varias personas murieron en la ciudad porque supuestamente eran auxiliadores de la guerrilla. Es miedo de la gente. Recuerdo que una vez un muchacho, al ver al ejército, salió corriendo. Le dio susto. En la zona de conflicto el ambiente es tenso. Bueno, al ver que corría, le dispararon. Luego, lo disfrazaron de guerrillero”, sostiene.
Las FARC organizaban jornadas de limpieza. Los campesinos desyerbaban los caminos y recogían la basura. Las tareas, asignadas según cronograma hecho por los cabecillas, cubrían a todas las veredas y eran inexcusables. Nadie, sin pedir permiso con días de anticipación, podía faltar. “Todo estaba planeado. Si yo faltaba, debía tener excusa, de lo contrario… Pero, si el ejército pasaba por ahí, entonces uno tenía que alejarse. Era probable que se armara un combate. Eso casi nunca pasaba. Todo era muy ordenado.”
Casi todos los campesinos de la zona cultivaban coca. Mientras una cosecha de plátanos se demora seis meses para estar lista, una de coca sale al mercado en tres. Con el transporte fluvial, los riesgos son mínimos. La guerrilla iba a las casas de los cocaleros. Mil quinientos pagaba el gramo. “Puerto Nuevo, un pueblo del Ecuador, era en donde las FARC almacenaban la coca. A veces los campesinos iban hasta allá. En ese tiempo no había tanto problema con el ejército”. Las cifras de erradicación de mata de coca son inexactas, al menos eso dice Andrés, pues los cultivos se han internado jungla adentro. “El ejército elimina las plantaciones que están cerca de los caminos. Pero, al fondo, en plena selva, hay más coca.”

martes, 2 de diciembre de 2008

RELATO URBANO

Sigo con la arqueologia. De mis naufragios, estos textos recuperados del olvido dan noticia. Ahora, con el tiempo y el amor, una balsa me lleva a puerto seguro. Esa balsa es, a su vez, el puerto de crespas olas.

No quiero presumir, pero debo decir que conocí el cielo, y, además de conocerlo, lo vi bailar. Es cierto, y supe que ese cielo se llama Laura, Laura Sampedro. La vi en un bar de la avenida Bolívar, con las retinas llenas de vestigios y la falda aleteando como gaviota. Ella sola, con la sonrisa fresca, bailaba, compensando la ingratitud de estar en un lugar lleno de gente sudorosa. La música era un asco; un híbrido baboso, molusco prehistórico salido de las pesadillas de Poe. Pero ella bailaba, lo hacía como una ninfa de cabaret, con la poesía adherida a sus tobillos. Sólo al verla la noche se compuso. Le dije a un amigo que me largaba, cuando me percaté que Laura era novia de Héctor, el campeón juvenil de karate-do. Además, yo no tengo la pinta de Rock Hudson, el galán de las películas de Sirk, como para estar pensando que Laura se fijara en mí. Salí del bar, el aire apestaba a cloaca metropolitana.

Caminé por la catorce, hasta llegar al puente de la universidad. Allí me detuve, me senté en el andén y esperé que la buseta, la que va para Villa Liliana, pasara. En la acera del frente, una pareja protagonizaba una cursi escena de romanticismo trasnochado. Una blusa azul cielo transparentaba el busto de la muchacha. El bus llegó, y la soledad se mostró como un dinosaurio -ojo, nada que ver con Monterroso-, el viento se alzó en armas, y el reloj se empecinó en coleccionar absurdos. Subirme al bus fue en espectáculo: ebrio, y con la imagen frutal de Laura Sampedro en la cabeza, no fue fácil coordinar los movimientos.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Secuencia: Velocidad de las pistolas.

Un texto viejo, encontrado hace poco. Obstinado, anhela la velocidad de la red. Otro aporte a Poetintos.

Las narraciones detectivescas, por más que se empeñen los eruditos en negarlo, son un nuevo género literario, muy aparte de lo que es la novela y el relato. Y en realidad, lo mejor que se ha creado para este tipo de trama fue hechura de los hermanos Lùmiere: el cine. Partiendo de estas premisas teóricas, se hace necesario plantear asuntos convergentes.

Inicio

García Lorca fue asesinado por marica y por rojo (marxista). Los encargados de su fusilamiento, una caterva de exacerbados franquistas, no sabían a ciencia cierta a quién estaban matando. Además, aunque lo de marica es incuestionable, lo de marxista es una total falacia. Se sabe, por testimonios de sus conocidos, que Lorca era ajeno a los trajines políticos de su época. A Lorca sólo le importaba la poesía, el amor de Dalí, y su itinerante teatro.

Segundo

El "che" Guevara murió en Bolivia, en un fracasado intento de expandir las guerrillas por todo el espinazo de los Andes. El "che" murió como un perro, acribillado a quemarropa por un soldado ebrio. En el mismo año de la muerte del argentino, en otra parte de Latinoamérica, se publicaba "Cien Años de Soledad". Con este libro, el escritor colombiano Gabriel García Márquez se consagraba como una de las mejores plumas del boom. En la novela, el coronel Aureliano Buendía se salva de ser fusilado por un pelotón conservador, gracias a la oportuna intervención de su hermano José Arcadio. Esta suerte le fue negada al "che" y a Camilo Torres, el cura guerrillero, que cayó un año antes, en las selvas colombianas. Los tres: Torres, Guevara y Gabo, se inscribieron en el libro de la historia.

Tercero

El mundo conmemora el 11-S, como una de las fechas más luctuosas de la occidentalidad. Dos aviones comerciales, secuestrados por extremistas islámicos, se estrellaron contra el World Trade Center. Un tercer avión se precipitó contra el pentágono, y un cuarto se desplomó en un bosque de la periferia. Todos quienes vimos el desastre, gracias a la inmediatez de los medios de comunicación, tenemos grabadas esas imágenes en nuestra psiquis. Pero, lo que casi nadie recuerda, es que ese mismo día, décadas atrás, se perpetuó un golpe de estado, agenciado por la CIA , en el que se puso fin al gobierno socialista de Salvador Allende, y se subió al poder a un tirano de la talla de Pinochet. Las barbaries que se ejecutaron en el tiempo de gobierno de este militar, hacen ver lo del World Trade Center como una simple mala pasada de la historia.
Final Hezbolá, el grupo terrorista chiíta que maneja un tercio del territorio del Líbano, pactó un cese de hostilidades con el ejército israelí, su mayor enemigo en la región. El pacto podrá traer estabilidad a la política internacional, ya atareada por el enriquecimiento de Uranio en Irán. Pero, mientras en medio oriente se avizora un fin negociado, en Colombia la cosa es de otro tono. El ya cabizbajo diálogo con los paramilitares se enfrenta con un enemigo ponzoñoso: La infiltración narcotraficante en la desmovilización. Se ha comprobado que, contrariando las versiones gubernamentales, diversos capos se vistieron de “paracos”. Parece más fácil que Plutón, el último planeta del sistema solar, se transforme en un asteroide, que una salida justa y reparadora en las negociaciones.

martes, 18 de noviembre de 2008

Polvos de la madre Celestina.


La historia de una joven del sur de Armenia muerta por embrujos.


Convulsionó. Enfermeras sujetaron pies y manos. Con ojos blancos, se retorcía en la cama. Baba negra salía de los labios. La abuelita sujetó el rosario y rezó. “Dios te salve, María, llena eres de gracia…” Una mueca de dolor contrajo los músculos de la cara. Apenas podían contenerla. La abuelita miraba desde un rincón. “bendita tu eres entre todas las mujeres…” Tras una gran arcada, el cuerpo laxo quedó. Andrea llevaba un mes internada en el Hospital San Juan de Dios de Armenia. El cabello parecía cabuya y los ojos, perdidos en las orbitas, pocas veces se abrían.
Salía al patio pasada la media noche. El viento mecía las copas de los árboles. Ojos brillaban en la penumbra. Ella miraba. Al principio llamaba a los familiares. No veían más que guayabos y ropa colgada. “Ahí hay alguien. Miren como se ríe de nosotros”, les decía. En los últimos días, antes de ser llevada al Hospital, se quedaba quieta, junto al tanque, mirando las sombras. Languidecía. Atrás quedó la robustez de la juventud. Preocupados, le pedían que se cuidara, que comiera más. Todo lo vomitaba. Pálido reflejo de lo que había sido, la oían murmurar en el patio.
Trabajaba vendiendo minutos a celular. La mayor de tres hijos, vivía desde hacía dos meses con Alfredo. Los padres veían con buenos ojos la relación. Cabello largo, 1.70 de estatura y sonrisa permanente, Andrea no presentaba síntomas de enfermedad. Los familiares creen que una pitonisa le dio raspadura de cráneo y tierra de cementerio. “Es fácil: alguien te regala algo para comer, pero esa persona trae lo que alguien te mandó”, explica alguien cercano a la familia. Consultado, un espiritista les dijo que la maldición era muy poderosa y que, al terminar con Andrea, pasaría a la mamá. “Hicimos de todo para que la niña se salvara. Le llevamos rezanderos, gente evangélica, exorcistas, hermanos gregorianos, en fin, qué fue lo que no hicimos. A veces mejoraba un rato, pero luego decaía.”
Al verla pasar, se reían. Cuando Alfredo iba a comprar a la tienda, lo seguían. Al pasar por enfrente de la casa, silbaban y piropeaban. Cansada de la situación, Andrea las paró en una esquina. Risueñas, le dijeron que se dejara de bobadas. Dio la espalda. La estrujaron contra la pared. Se soltó, agarró a la más alta del pelo y la zarandeó. La otra, la hija de la pitonisa, le dijo que se las pagaría. La mamá las separó. Nadie recordó la amenaza hasta tiempo después.
Le dijeron a la abuela que saliera de la habitación. Con cuarenta de fiebre, deliraba. La médico cerró la puerta tras de sí. Cinco minutos esperó sentada, con el rosario en la mano. Una enfermera le dio la noticia. Sintió el piso abrirse. Llamó a la casa. En cuestión de minutos, sacaron el cuerpo envuelto en la sábana. Descubrió el rostro y limpió. Una tirilla negruzca rodeaba los labios. Los médicos, en el tiempo que estuvo internada, no encontraron nada. Los exámenes salían buenos. Algunos incluso aconsejaron traer un espiritista. “Eso es algo de espíritus. La niña era buena niña, sobrina, hija, amiga. Nadie se explica esa muerte”, dice la fuente consultada, mientras se limpia con un pañuelo las lágrimas.

viernes, 14 de noviembre de 2008

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Dos a la izquierda, dos a la derecha.

Relatos de invidentes en la ciudad de Armenia.

Los dedos presionan. El acordeón en arpegios se expande. Reducida concurrencia lo flanquea por ambos lados. Un vaso de kumis recibe las monedas. Terminada la función, Alexandra Calderón lo lleva hasta la otra esquina de la Plaza Bolívar de Armenia. Un suave apretón de manos indica el inicio de la interpretación. Quisiera ser el diablo, salir de los infiernos, con cachos y con cola el mundo recorrer.
Alirio Romero aprendió a tocar el acordeón en un instituto de educación especial para invidentes. Nacido en Chiquinquirá, es el sexto hijo ciego de una pareja de campesinos boyacenses. Desde hace dos años, en giras esporádicas, recorre el país. Duitama, Chia, Sogamoso, Bogotá, Manizales, Pereira y Armenia es el itinerario de su primer viaje acompañado. Tímida, Alexandra recibe las felicitaciones de los viandantes. Conoció a Alirio en una clase para ciegos a la que su hermana asistía. Sonriente, confiesa que el amor, en su caso, nació apenas lo escuchó tocar el acordeón. “Tocaba como si el alma se le fuera en eso. Llevamos seis meses de novios. Es algo muy bonito, él es muy romántico”. Cumplida una semana, con algo de dinero en los bolsillos, la pareja partió hacia Cali.
La pala se hunde. La temperatura, por encima de los treinta grados centígrados, de sudor empapa la camisa. José Ovidio Torres cultiva albahaca, zanahoria y lechuga en la huerta del colegio Rufino Centro. En diciembre de 1990, mientras pasaba una temporada con sus hermanos, perdió la vista en un accidente de tránsito. Lenta, la recuperación tardó cuatro meses. La ciudad es distinta para cada ciego. Los de nacimiento, más sueltos en el recorrido de las calles, no saben cómo es un semáforo y, para ellos, el árbol es un quejido de hojas secas. Los de accidente caminan de la mano con el recuerdo. “Uno tiene que aprender a ver con la nariz, con las orejas, con la piel. Al principio es muy complicado, la gente poco colabora, pero después, con el paso del tiempo, uno se acostumbra”, dice José Ovidio.
Soltero, vive con los hermanos en el barrio La Patria. Al llegar al paradero de buses le pide el favor a una persona que le diga qué rutas pasan. “Apenas oigo mi ruta, me pongo de pie y paró el bus. Adentro, me oriento por los movimientos del bus. Sé cuantas curvas hay. Me bajo a x número de cuadras de la curva trece.”
Un programa de capacitación del Sena permite que José Ovidio, además de estudiar en la institución, los miércoles de 8 a.m. a 4 p.m. trabaje en la huerta.
En el barrio el Recreo existe la Villa de los Ciegos. Conocida así por albergar a varias familias con invidentes, las fachadas de las casas están pintadas de gris. Alrededor de la guitarra y la Biblia, se celebran reuniones cristianas.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Rapsodia principal

Hace unos días encontré una vieja edición de Poetintos, la primera en la que apareció una colaboración mia. El fósil, como todos, quedó en manos de la unica persona que colecciona mis disparates.

La historia, más o menos, es la siguiente: Leito, un rapsoda de mierda, se paseaba por las calles principales de un pueblo quindiano conocido como la cuna de los poetas. Llevaba anidada en los tuétanos una desidia existencial astronómica. La razón: Leito pertenecía a un aquelarre de poetas descafeinados, que se reunía en un café central. Eran los únicos lectores de sus propios sonetos, versos antediluvianos, y canciones clásicas. Algunos eran nerudianos, otros piedracielistas; Leito creía ser dadaísta, pero sus contertulios lo creían nadaista. Bueno, el grupo se acabó por falta de recursos humanos: Lucas, el promotor de las reuniones, se robó una plata y se fugó para Calí; Andrés, el que traía los libros al por mayor, se mudó para Venezuela, allá se volvió Chavista, y dejó la poesía de un lado; Jorge, el más nerudiano de todos, se murió después de una larga enfermedad intestinal; Leito, el más pequeño de todos, el más contestatario, el que creía que el manifiesto del partido comunista era un extenso poema, se dedicó a vagabundear.

Por esos días Leito se hizo amigo mío. Sigo con la historia: Leito se encontró conque el parque del pueblo estaba siendo remodelado. El polvo del trabajo de los obreros le ensuciaba la cabellera. Estaba jodido. Luís, un amigo de la infancia, lo llevó a ver el afiche de Andrés Caicedo, el que estaba pegado en una de las vitrinas de la alcaldía municipal. Leito había leído la obra de Andrés, le parecía interesante, contradictoria; le había escrito un pequeño poema: “Andrés, brontosuario de la nicotina y el vodka/ merodeas en mis sueños subterráneos”

Leito no perdió la oportunidad de susurrarlo frente a la cara de Andrés. Al terminarlo espero la reacción, pero Andrés seguía impasible, con una sonrisa de oreja a oreja, pensando en la muerte y en el cine. Leito miro a Luís, le dijo, este cabrón era un genio. Si, si era un genio, le respondió Luís para salir del paso. Leito continúo con la tristeza aguzada. Me buscó, llegó a mi casa a la media noche, tocó como un loco la puerta, iba drogado. Le di un vaso con agua. Leito me contó la historia de cómo Andrés, el suicida caleño, el que inspiró a un teatrero para montar su novela en Calarcá, se le había reído en la cara. Le dije, medio en broma, que así era Andrés, un loco errático que se mató después de haber conversado con Héctor Lavoe, otro suicida triste.

Ángel Castaño

lunes, 3 de noviembre de 2008

Historias de Pantys y medias velada.

Un juego escolar, cambió radicalmente sus preferencias sexuales. Relato de una lesbiana.

Las seguía al baño del colegio. Mientras se arreglaban el peinado, les miraba los tobillos. Sentía placer. En una ocasión, los demás estaban en clase de física, le pidió a su mejor amiga quitarse las medias. La miró divertida y se quitó las suyas. Cerraron la puerta con pasador y abrieron el grifo. Se llevó el pie a la boca y, con la lengua, recorrió cada dedo. Subió la mano hasta el muslo. La amiga la imitó. El timbre del descanso las sorprendió con las bragas en el suelo. “Pensó que era un juego. Algo de niñas. En un principio también yo lo pensé. Es más, no sé muy bien qué fue. Sólo le besé los pies y las piernas.”
María tuvo tres novios en el colegio. Francisco, el más guapo de los tres, se quejaba de su comportamiento. “Prefieres estar con tus amigas. Yo estoy en un segundo plano, me decía. No le paré muchas bolas. Era lindo, pero no me gustaba.”, dice.
El primer beso con una mujer se lo dio jugando a la botella. “Nos sentamos en un parque y con una botella de cerveza nos pusimos a jugar. Las dos estábamos bebidas. El beso fue rápido, sólo de labios. No pasó de ahí. Muy peladitas éramos. Ella ahora es mamá y viene cada rato, con el marido, a visitarme. No es que fuera mejor al beso de los hombres. Era lo mismo, pero… no sé, sentí alivio. Nada de remordimientos.”
Trabaja como secretaria en una oficina del centro y sonríe cada vez que alguien le pregunta si no piensa casarse. Pocas personas saben de sus preferencias sexuales. “Lo más complicado fue decirle a mi mamá. Ella nunca pensó que yo fuera así. Ahora, con el paso del tiempo, ya lo acepta. Alguien le contó que yo me besaba en un parque con una niña del norte. Ella fue. Vio y me trajo a palos. La gente apenas miraba. Pensé que me iba a matar. En una esquina, me soltó y se sentó en el suelo. Lloró toda la tarde. Nunca más volvió a hablar de ello”.
Hija de madre soltera, María evita hablar del papá. “Mi papá se fue para los Estados Unidos y nunca supimos más de él. El plan era que el se ponía a trabajar y le enviaba el pasaje a mi mamá. Lleva esperándolo 32 años.”
Rubia, cuerpo de gimnasio y 1.76 de estatura, ganó un concurso de baile disfrazada de hombre. “Me recogí el cabello, me puse un pantalón, una camisa xl y concursé. La novia que tenía por ese tiempo era caleña. Quería concursar y me convenció. Ganamos porque éramos muy sueltas. Mientras los demás hacían las mismas piruetas, nosotras inventamos la coreografía. Ella estudia teatro y eso nos ayudó mucho.”
Los tabúes sobre las inclinaciones sexuales le disgustan. “La gente piensa que el mundo es negro o blanco. Creo que al país le falta mucho para ser una verdadera democracia. Si yo hiciera públicas mis inclinaciones, la gente del trabajo, los vecinos, los que creen conocerme, se asombrarían. Me mirarían raro. No creo que haya que juzgar a la gente. Mi sexualidad es tan normal como la de cualquiera. Eso debería saberlo la gente. No me gusta que a uno le digan ‘arepera’. La gente pide la paz, pero margina a los diferentes.” Por el momento no tiene pareja. Pasa el tiempo libre con sus amigas. Coqueta, desdeña las intenciones de los hombres con amabilidad. “Lo más chistoso de la rumba es cuando salgo a bailar con un hombre. Le dicen a uno cosas al oído, pero se quedan de una pieza cuando les digo que no, que tengo tres hijos y un marido celoso. Les miento. Es gracioso.”

El nombre de la protagonista fue cambiado por solicitud suya.

lunes, 27 de octubre de 2008

Se gana la vida poniéndole buena cara a los muertos.

El Último Retoque
Un cristo preside las tres capillas de la funeraria. Familiares y amigos rodean los féretros. Extraña sensación ronda los pasillos del moderno edificio. Una señora morena, de unos 60 años, reza por las almas de los fieles difuntos. Los demás, con gestos compungidos, responden las jaculatorias. En la cabecera de uno de los ataúdes una joven rubia llora frente al retrato del que fuera su padre. Ninguno de los tres cadáveres necesitó más de dos horas en el anfiteatro de la funeraria. Aunque suene molesto, en esta ocasión el trabajo fue fácil.
Como en todos los oficios, en el de Gerardo Soto Gil hay reglas que se deben seguir al pie de la letra. Tanatopráctico desde hace dos años y medio, ha visto el rostro de la muerte y tiene las agallas para hablar de ello con la compostura de un profesional. Con la camisa rosa del uniforme y el pelo húmedo, se pasea por las salas de velación. Después de cada intervención quirúrgica se ducha, se arregla el peinado y pide un tinto en la cafetería. No fuma. Pocos saben que los restos de sus familiares fueron retocados por las hábiles manos de este joven de Cartago, radicado desde hace dos años en Armenia. Su trabajo consiste en disimular los trastornos de la muerte. Las funerarias contratan los servicios de personas como Gerardo para mitigar el duelo en los familiares.
La tanatopraxia, en condiciones normales de higiene y clima, preserva un cuerpo por más de treinta días. Los protocolos de asepsia son rigurosos para minimizar los riesgos a trabajadores de la funeraria y a deudos del occiso. Entre los múltiples pasos de la operación, Gerardo, por cuestiones profesionales, devela dos. Se bloquean los puntos de salida (boca, fosas nasales, oídos, esfínteres rectal y vaginal). Se desinfectan las partes a intervenir. Gerardo sabe que cualquier falla en las medidas de seguridad causará trastornos en su salud. Al respecto es concluyente: “si tengo cuidado con unos restos, debo tener el triple conmigo. Yo digo: si no lo puedo oler, no lo puedo tocar.” Al mirar en el interior de los cadáveres, conoce acerca de sus pasiones: la criminología y anatomía.
Con leves alteraciones en el timbre de la voz, Gerardo dice que la preparación mental de un tanatopráctico es tan importante como los cuidados personales en el anfiteatro. “¿Cómo hago para no soñar, para no pensar? No se hace. Cuando no se piensa en algo, no existe. Les temo más a los vivos. Se debe tener hígado para lo que hago. Nunca le tuve miedo a la muerte. Frente al cuerpo se piensa de manera sistemática. Es mi colaboración a la comunidad. Hago lo que tengo que hacer y lo hago bien. Mi trabajo es poco visto y mal. Hay muchos tabúes en torno a la muerte. Esta es un simple cambio de energía.”, sostiene.
En algunos casos la separación entre lo profesional y lo emotivo es imposible. Recuerda la ocasión en que un familiar, muerto de manera violenta, estuvo en la fría losa de la morgue. No pudo hacer a un lado sus sentimientos y le pidió a un compañero que interviniera, en lugar suyo.
Habla con propiedad sobre los distintos rituales mortuorios de la humanidad. Reconoce que su percepción del mundo y del ser humano cambió desde que maquilla muertos. Expone la visión budista, la más cercana a sus afectos, de los misterios del más allá. Las personas que han pasado por sus manos, al menos eso dice, están en un lugar paradisíaco. Mira de perfil al dinero, aunque sin odio. Más que otros, conoce de lo que está hecho el ser humano y afirma, sonriente: “no conozco el primer entierro con trasteo.”.

martes, 21 de octubre de 2008

EL TIEMPO DE LA DESMESURA

"Y me fui y me senté en un rincón de su cuarto, lo más lejos que pudiera de ella, y allí me puse a hacer memoria para juntar las palabras"
Andrés Caicedo

A Jonathan Benavides

No hay relato de Andrés Caicedo (Cali, 29 de septiembre de 1951-Cali, 4 de marzo de 1977) en el que la situación quede a medias. Su ficción es la radiografía de una generación que vio la barbarie y el terror. Jóvenes que se hartaron de la vida establecida por los ancestros y prendieron la pachanga.

La obra narrativa de Caicedo está ligada con los dos acontecimientos más luctuosos de la historia de Cali. El primero acaeció en medio de las restricciones políticas de la dictadura del general Rojas Pinilla. Me refiero al estallido de un cargamento de dinamita en pleno centro de la ciudad, que dejó como saldo cientos de muertos y varios edificios arrasados. En ese entonces, Caicedo no pasaba de los cinco años, por lo que es muy probable que todas las referencias históricas, que luego abordaría en el guión cinematográfico No me desampares ni de noche ni de día, no fueran más que comentarios familiares. El guión nunca se llevó a la pantalla, como casi todo el trabajo de Caicedo como libretista.

En el relato El atravesado reelabora poéticamente los motines juveniles contra los juegos panamericanos del 71. En esa oportunidad, Caicedo participó en el acontecer histórico, y, como resultado de ello, escribió uno de los párrafos más ácidos de la literatura Colombiana:

"El 26 de febrero prendimos la ciudad de la quince para arriba, la tropa en todas partes, vi matar muchachos a bala, niñas a bolillo, a Guillermo Tejada lo mataron a culata, eso no se olvida... que no hay caso, mi conciencia es la tranquilidad en pasta, por eso soy yo el que siempre tira la primera piedra."

Cuando se lee a Caicedo existe la posibilidad de ser atrapado por el crimen. No en vano su novela de cabecera fue la ultra violenta Naranja Mecánica, de Anthony Burgess. En su producción narrativa se oyen los disparos de los westerns de Sergio Leone. En cada esquina de su obra está agazapado un angelito sonámbulo. Cada vez que el lector se enfrenta con ¡Que viva la música!, no le queda otro remedio que asistir al sepelio colectivo de una generación insatisfecha, nacida del mayo francés.

En el documental Unos pocos buenos amigos, Luis Ospina explora el disoluto mundo del grupo de Cali, que tuvo en Caicedo a su más sublime representante. Uno termina por deducir que cada uno, a su modo, navegó los mismos cuadrantes. Cada quien se expresó como pudo. Algunos desde la crítica de cine. Otros desde la butaca de la dirección y producción de películas. Los demás, los más caicedeanos, desde la tibia oscuridad de un teatro medio vacío. Caliwood fue un movimiento bizarro y lúcido, que mandó para el carajo todo lo admitido.

Se dice que Andrés se mató porque la vida es subir y bajar. Y él no quiso bajar. Mayolo dijo en alguna ocasión que Andrés se había matado para conservar intacto el poema de la rebeldía. Que quiso preservar la juventud sediciosa, como James Dean. Rosario, la hermana más querida de Caicedo, llegó a decir que este se suicidó frente a la imposibilidad de detener el tiempo. Y lo equiparó con Peter Pan. Sandro Romero expresó en el documental de Ospina que Andrés se fue por el canibalismo de su obra. Por su visión Joiceana de la vida. Pienso que todos tienen la razón. Pero que a todos les falta una visión más holística. Todos se quedaron con el fragmento que conocieron de Andrés Caicedo. Y digo que sólo hay dos personas con las facultades afectivas para decirlo todo: Patricia Restrepo y Clarisolcita Lemus. Ellas fueron los amores de la vida de Caicedo. Con Clarisolcita, Andrés descubrió la cocaína y las rumbas de tres días. En ella vio encarnado el prototipo de la antiheroína que vendía el cine: bella y arriesgada. Sagaz y peligrosa. Por el contrario, en Patricia descubrió a la mujer que debió haber sido la madre de sus hijos. La del sexo blando y palabras cortantes. Pero con ambas la relación era imposible: Clarisolcita tenía ocho años cuando Andrés tenía diecinueve. Y Patricia era la mujer oficial de Carlos Mayolo. A ambas las metió en el cineclub de Cali. A Clarisolcita le dedicó ¡Que viva la música! y a Patricia, el último texto que escribió: la nota de su suicidio.

Andrés Caicedo completó el cuatro de marzo de 2007 treinta años de muerto. Editorial Norma sacó a circulación un libro que recoge algunas páginas de su diario. El cuento de mi vida es la consagración de un escritor que en vida no vendió ni un cuarto de lo que vende ahora. De un chico que llevaba a las fiestas su máquina de escribir. Que se entrevistó con Héctor Lavoe pocos días antes de suicidarse. El mercado editorial tiene un respiro cuando algún familiar de un escritor muerto hurga en los baúles. Ayer, las cartas de Rulfo y los cuentos de Cernuda. Hoy, la desnudez de un pelado que renovó la crítica de cine y que se mató porque le dio la gana hacerlo.

La fiesta terminó hace mucho. Los estropicios están en los cestos. Andrés fue el primero en despedirse. Dejó a su paso una hilera de piezas de inocultable valor. La gente se agolpa en las librerías y se maravilla de que alguien haya dicho tanto en tan poco. Y el tiempo pasa. Y Andrés ya es un escritor del siglo pasado. Un referente imperativo.

domingo, 19 de octubre de 2008

Un tango errante se estacionó en tus fronteras. Salgo al balcón y encuentro los estragos de un naufragio. Abuelos desangelados y puticas de ocasión. El tiempo gira, en círculos expansivos. Se mete por las ranuras de la memoria, diluye las conexiones cerebrales. Imágenes de desarraigo. Ciudad de ceguera. Negación de colores. Foto del álbum familiar: el padre se rasura frente al espejo, al fondo, el sonido de los trastos del desayuno. Cazuelas subversivas y pocillos de cuidado. Si por lo menos alguien lo viera todo. Si delineara un mapa de los cataclismos de esta cuidad. Puñaladas a las cercas. A la pretensión de que un alambre de púas confiere nobleza. Las alambradas son lejanía y colapso. En estas casas, donde las golondrinas se toman un respiro, el color es propiedad colectiva. Y, aunque en las escrituras notariales pertenezcan a inciertas familias, en realidad son de todos. Porque todos las saboreamos con los ojos. Las devoramos con los pasos.
La ciudad es del que la camina. De los nómadas. Zapatos agujereados por la lluvia y el amor. Amor, te doy mis zapatos cansados. Mis calcetines sucios y mis irrefrenables ansias. La ciudad es de los ojos que se asoman por las ventanillas de los buses. De los niños que juegan un picadito en el potrero. Arco: dos travesaños silvestres. Balón: una bolsita con papeles. Zapatillas: los pies. Sin Nike. La carne. Nadie los llama. Vengan a almorzar: porción de viento de la tarde. El alimento sale por las ventanas. Ondas de carne frita y arroz con plátano maduro. Y prosigo, derramando sobre el papel los trastornos del pasión. Recito a Neruda. Don Pablo vive en los tejados de las casas viejas. Lo he visto. Sale a cantar a pleno pulmón: puedo escribir los versos más tristes. Y de la casa de enfrente, apenas en murmullo: Señora muerte, espera un poco. Señora muerte, ya nos vamos. Las palabras aguardienteras del vate.
No puedo detener la procesión. Voy hacia ningúnlado. Allá tengo una hamaca, una silla de mimbre y unos cuantos libros. Pero, lo mejor: tengo cosas que ver y gente que quiere conversar. Ah, aprovecho la ocasión: le pido al gobierno que retire de la constitución la mordaza. La gente no conversa con el corazón en la mano. Teme que un cuervo lo picotee. Mire le muestro: el mío tiene rotos, pero en lugar de sangre sale luz. Luz de sardinas. Cachalotes espaciales y ballenas suicidas que atracan en la playa.
Yo, en plural, digo que la imagen vive por siempre, agazapada en las neuronas. En recuerdos almibarados. Por eso, cada vez que puedo, enlato destellos de sonrisas. Envase número 0001-789. Risita y leve movimiento de cabeza. Fecha de envase: miércoles cinco de septiembre de 2007. Fecha de caducidad: nunca. Es mi ciudad. La única. De cristales rotos y espejos que reflejan ancestros del que los mire. Si. Estas casas son de mi ciudad. Son de ella. De su andar festivo. Del nimbo de alelíes de su agreste cabellera. Le robo la palabra a Jattín: cuando la conocí, venía de estar muerto. Ella es la imagen que quiero rescatar. Toma sorbitos de chocolate y estalla en color. La semiótica es incapaz de narrarla. Sólo es posible comprenderla en arepas con queso rallado.

La ciudad en Ruinas

...Ante la exuberancia –silentes bosques y complejos fluviales enhebrados como telarañas de cristal–, la expedición española que arribó a las costas americanas en 1492 no tuvo más remedio que utilizar su estrecho universo mental para nombrar lo novedoso del encuentro de dos mundos.
La ventana da a la calle. Nada remite al esplendoroso pasado prehispánico, de mitos fundacionales y ciudades empotradas en los picos más altos de las montañas, construidas en las coordenadas de las estrellas. Difícil creer que un cacique tras lavatorios rituales en oro, lanzara joyas al fondo de un lago. Cuesta imaginar el gesto de Hernán Cortés frente a Tenochtitlan. Cronistas de la época relatan que el conquistador se sintió abrumado al ver la envergadura de la metrópoli azteca, claramente superior en aspectos arquitectónicos y urbanísticos a las ciudades europeas. El mismo pasmo, pero por motivos distintos, debe ser contemplar por primera vez las extensas praderas asfaltadas de Ciudad de México. Lo más cerca que he estado de ese estado contemplativo fue la vez que subí a la azotea del edificio de la gobernación. La ciudad se mueve de un lado para el otro, sobrepasando las fronteras que trazan las administraciones municipales. Tomé algunas fotos para una fallida muestra itinerante. El tradicional teatro Yanuba, entonces en pie, salvó de la ruina cromática la excursión, Armenia sin el cosmético del turismo.
La altura hizo aflorar mi reprimida vocación de pirómano artístico. Quise tener bengalas para dejarlas caer encendidas sobre los desprevenidos transeúntes. Las volutas harían las veces de lluvia psicotrópica. Al tocar el suelo, en lugar de flores, las gotitas luminosas dejarían como rastro canciones zen y haikus punk...
Otro día, más cerca del amor, recorrí un camino despavimentado, hasta una casa abandonada, montaña arriba. La neblina, presagio de aguacero, ocultó a Filandia en minutos. El cielo se desgajó en arañas líquidas. Por un momento creí estar en La región más transparente, novela de Carlos Fuentes. Ahora que lo pienso, talvez no sea descabellado el registro de los libros de historia. A lo mejor en la figura acorazada de Cortés, Quetzalcóatl se vengó del escepticismo de algunos sacerdotes, que se reservaban las mejores doncellas para sus tálamos. Los dioses son caprichosos y malévolos. Ni Osho, patrono de los supermarkets, deja facturas sin cobrar. Lástima que Freud haya muerto sin escribir un manual de comprensión teológica… En fin, no pienso defender el legado histórico de los conquistadores ibéricos; el imperialismo me repugna.
Hace unos minutos terminé el último libro de filosofía para dandis, serie escrita por un profesor polaco de apellido impronunciable. La colección incluye literatura para sordos, duraznos para idiotas, aviación para ciegos y Marx para publicistas. Lo más curioso que encontré fue el discurso de Leibniz sobre los mundos posibles. Decía el filosofo alemán que todos los acontecimientos están orquestados por una fuerza superior, y tienden -así los humanos no perciban cómo-, hacía la perfección del universo. Voltaire satirizó dicha idea en la novela "Cándido o el optimismo", en donde, a pesar de una serie de trágicos hechos, rayanos en lo absurdo, el protagonista sigue con el peluquín imperturbable.

domingo, 12 de octubre de 2008

I.

Abrió la puerta trasera del Mazda rojo, sacó una carpeta llena de tiquetes de viaje. Estaciones semivacías y vagos recuerdos de compañeros de asiento. Ensalada insípida y jugo de naranja. Para no perder el gusto, un vaso de coñac cada 20 días. Táctica de seducción. Coqueta, se acerca al mostrador. Sonrisa afilada. En los ojos, semillas nocturnas. La victima, restregándose las manos, da gracias a dios por sus súbitos raptos de inspiración. Mesero, déle a la señorita lo que pida, y no se preocupe por el valor, yo pago. Ella, invariable, pide un coñac. Luego de bailar un rato, salen, ebrios de música. La noche los recibe con un marchito racimo de estrellas de neón. Van al cuarto. Comen panecillos. Ella, con la tranquilidad de saberse eterna, le muestra los deleites de la carne. Chupa el falo. Y se deja meter el dedo. Nada más.

Días atrás, mientras se maquillaba en un baño público, recibió dos sobres de manos de un extraño. En el más pequeño encontró una carta mecanografiada con la concisión del ultimátum. Restó importancia al contenido de la misiva, dejó el otro sobre sin abrir y se metió en la ducha. El agua, en geometría fractal, surca la piel elástica, los esquivos senos.

Viaja de un lugar a otro, sin itinerario, movida por el azar. En los primeros días escribió las impresiones que las ciudades le iban señalando. Sin embargo, con la perdida del equipaje en un pueblo ribereño, las palabras se hundieron en el mutismo. Sin cinco en los bolsillos, dormía cobijada con periódicos, bajo el alero de la luna. Hambrienta, buscó varios días en las orillas una embarcación que la llevara hasta Cartagena. Las lanchas, encalladas en un improvisado puerto, dejaban una sensación de malestar en el aire. El pueblo, abandonado por el recrudecimiento de la violencia, se caía a pedazos. Los pocos habitantes, casi todos afrodescendientes, cultivaban chontaduro. Un viejo caserón, corroído por la vegetación, servía como despacho municipal y guarnición militar. Tres soldados, bajo las órdenes de un teniente caído en desgracia, custodiaban el tráfico comercial. El capitán de un pequeño carguero panameño accedió a transportarla después de que le demostrara sus aptitudes en la cama. Noches enteras, mecidos por la corriente del río, los cuerpos se juntaron en abluciones cultuales a Eros. El capitán confió el mando de la tripulación al contramaestre. En la semana que duró el viaje, no salió del camarote ni un solo instante. Al llegar a Cartagena, le pidió que lo acompañara, como capitana de su corazón, hasta el puerto de Estigia. No aceptó. Mientras se ponía las medias veladas, se burló del capitán. No sea ingenuo, con usted uno se duerme tirando.

El sobre abandonado no traía remitente, por lo que pensó que era una broma de alguno de sus amantes. Puede contener una extorsión. El video de seguridad de un banco. Una esquela mortuoria o el recorte de un periódico. El resultado del análisis de tejidos nerviosos. Una prueba de embarazo.

viernes, 10 de octubre de 2008

I CONCURSO DEPARTAMENTAL DE CUENTO HUMBERTO JARAMILLO ANGEL.

“…Y el mar. Y el cielo azul. Y los árboles verdes. Y los caminos grises. Y las nubes altas. Y una ventana. Un patio. Un jardín. Una biblioteca. Una casa.”

Cerca y lejos de España


PRESENTACIÓN

Con motivo del centenario del nacimiento del escritor Humberto Jaramillo Ángel, ilustre cultor del cuento en la región, la revista LA AVENIDA, en convenio con el Instituto de Bellas Artes y el Programa de Comunicación social- Periodismo de la Universidad del Quindío, y con el apoyo de la Dirección de Cultura Departamental y Cámara de Comercio de Armenia, organiza el I Concurso Departamental de Cuento Humberto Jaramillo Ángel.

Este concurso tiene como propósito reinventar el panorama de la cuentística en el departamento del Quindío. De igual manera, se pretende dar a conocer la obra y figura de Humberto Jaramillo Ángel.


REQUISITOS

· Nacido o residenciado hace más de un año en el Departamento del Quindío.
· Ser un joven apasionado del arte de escribir.
· Ser menor de 30 años.



BASES DEL CONCURSO

· El cuento debe ser entregado en sobre cerrado en la oficina del programa de Comunicación social-Periodismo, bloque de Ciencias Básicas y Humanas de la Universidad del Quindío o en las casas de cultura de los municipios.
· El plazo de entrega será el 12 de diciembre del 2008 a las 5 p.m. y el fallo se dará a conocer el 18 de febrero de 2009.
· El cuento deberá estar escrito en castellano, en original y dos copias, firmado con seudónimo, con una extensión mínima dos cuartillas Arial 11 espacio sencillo, máxima diez cuartillas. En sobre aparte, los datos personales del autor: nombre completo, seudónimo, título de la obra, documento de identidad, ciudad, teléfono, dirección y correo electrónico.
· El fallo será comunicado a los participantes vía correo electrónico y página web de la Universidad del Quindío y la Ufm 102.1.
· El jurado estará conformado por escritores reconocidos de la región, que seleccionarán los cuentos que serán incluidos en el libro homenaje a Humberto Jaramillo Ángel.



PREMIACIÓN

* 1er. Puesto: $500.000
* La publicación de los demás cuentos escogidos, se entenderá como retribución al trabajo literario.
*Los finalistas recibirán los dos libros de Humberto Jaramillo Ángel publicados por Editorial Cuadernos Negros.

sábado, 4 de octubre de 2008

Decidí telefonear a X. X era generosa. Nunca rechazó mis incursiones eróticas, pero siempre, después de traer un pocillo de café a la cama, cortaba las alas de cualquier pretensión: apresúrate, no me gusta tener un hombre por más de tres horas en las sábanas. Prendíamos la grabadora y escuchábamos “Concierto para piano en mi menor”, de Chopin. X estudia violín y piano en la facultad de Bellas Artes. Antes de conocerla, mis conocimientos musicales eran minúsculos. Mientras nos desvestíamos, hablaba de las diferencias entre una cantata y una sonata. Clases particulares de teoría musical, condimentadas con sensualidad. En cierta ocasión la invité a un concierto de la banda sinfónica departamental. Del chelo brotaban notas que hacían pensar en dios y sus esposas. X, en mitad de la presentación, se levantó de la silla y empezó a bailar. La gente halaba las puntas de su chaquetilla, en un vano intento de hacerla entrar en razón. Impávido, la miré levitar.
X no contestó. El recorrido en el respaldo de un boleto de fútbol. Del lugar A al B hay cien metros. El camino, de ruinas cotidianas, termina en un par de piernas y una cerveza. El Bar de Al no figura en los mapas turísticos de la ciudad. El mes pasado escribí, mientras Luis tocaba las canciones de Sinatra, líneas que nadie recordará: hay mujeres que hacen que los hombres vuelen con sus zapatos/. El olvido se viste de ti/Beso las maripositas del aliento. Nadie habla con nadie. Caminé unas cuantas cuadras. Bar de Al. Una mariposa revolotea sobre los músicos. Los dedos de S. arrancaban suspiros al violín. Pido una pastilla y voy al baño. Dos hombres, sin cerrar la puerta, se acarician. Miro. Algo similar a la desazón comienza a crecer. Al es chulo de maricas. Publicita sus servicios en clasificados crípticos: el placer de sentir la sangre en los labios. Llame al número 7404373. Kavafis. Algunos creen que es la invitación a una tertulia clandestina de poetas. Llaman y la tenue voz los seduce. Se programa la sesión. Los servicios de los chicos de Al van desde mordidas en el cuello hasta amputación de tetillas. Quise escribir sobre todo eso. Concursar en un certamen para jóvenes promesas de la literatura, ganar botellitas de ron y llenar las portadas de mis libros con los autógrafos de escritores conocidos, luego subastarlos en el mercado de las pulgas que improvisan, afuera de los bares, los náufragos de la urbe. Maricas vestidos de toreros, con espadas relucientes y revólveres en el cinto. Escena final: un marica toreando en mitad de la autopista. Pero, aparte de unas cuantas buenas frases, nada salió.

viernes, 3 de octubre de 2008

Perfil del hombre:

Mauricio estudia biología. Fuma. Ama a los hipopótamos y las golondrinas. Una vez le regaló a Natalia un cuento que hablaba de un científico que amaba a los murciélagos y las lagartijas. Extraña forma de querer: experimenta con especimenes vivos. Prolonga la agonía hasta extremos inauditos. Extraña forma de querer, le dijo Natalia mientras tomaban tinto. Mauricio no dijo media palabra. Caminaron hasta la plaza central. Se sentaron bajo la sombra de un guayacán. El sol agujereaba el follaje. A los días, tres golpecitos en la puerta. Un pequeño paquete. “Así te quiero yo… la vida nos va a reventar.” Cuando niño coleccionó la revista Selecciones. Llegó a tener 100 ejemplares. Al cumplir quince años, encendió una hoguera con ellos. Volutas amarillas trazaban círculos en el aire.

Para clase de Mastozoología escribió un texto por el que se hizo merecedor de una reprimenda académica y una patada en el culo. Dos opciones de fracaso, y ambas dejaron un tufillo de mierda. Sin entrar en consideraciones maquinales, por ser ajenas a su naturaleza, se sentó a meditar en el alfeizar de la ventana, con los pies colgando en el vacío. Mientras lamía el bombón pensó que sería muy chévere saltar, sentir como la gravedad lo llevaba al punto exacto. Cree que Julio Verne es el nombre que adoptó una logia de sabios escandinavos para, en libros de aparente fantasía, esconder sus descubrimientos de las miradas inquisidoras del Santo Oficio. Suele confundir lo que escribe con lo que lee. A los 13 años leyó en el periódico una noticia sobre la exhumación de los restos de Perón. Esa noche, mientras más se arrebujaba en las cobijas, el espectro del presidente argentino más nítido se volvía. Perón trataba decir algo, pero, en lugar de la altanera voz, un sonido de platos cayéndose rasgaba el silencio. A los 17 su papá lo invitó a ver los videos de unos partidos del Manchester United. Un hombrecito maniobraba con el balón. Zigzagueante, dejaba atrás a todos los defensas del equipo contrario. ¿Quién es, papá?, preguntó Mauricio. Dios en pantalones cortos: George Best. Tenía 17, la misma edad tuya. Ya es hora de que pienses qué vas a hacer con tu vida. Tenso silencio. Best corría en el televisor. Nada. Tal vez atracar bancos o vagabundear, respondió.

Desde que se enteró de la fuga, les envía cartas a todos los barrenderos de los terminales del país. Al principio algunos fueron reacios a la petición de Mauricio. Sin embargo, poco a poco se fue ganando la simpatía de todos. Les enviaba postales en los cumpleaños y dinero cuando sabía que se habían retrasado en el pago de alguna deuda. Sin importar que pocos lo conocieran en persona, su nombre se hizo famoso dentro del gremio. Varias historias se tejieron alrededor de su figura. El favor que les pedía era fácil, y todos estaban atentos para hacerlo: si la veían llegar (anexaba una fotografía) les pedía que le entregaran dos sobres.

martes, 30 de septiembre de 2008

Apocalipsis expansivo

Perfil de la mujer: entre treinta a treinta y cinco años. Rubia, como las heroínas de los relatos policiales. Buenos pechos, cuidados con el celo de alguien que gasta mucho dinero en cremas exfoliantes y fajas reductoras. Las nalgas, algo fofas, no le restan sensualidad a un conjunto que es coronado por ojos que a más de uno le hicieron perder el aliento. Se llama Lucia, aunque preferiría llamarla Cindy o Carmené. Escribe poemas. No tiene hijos, pero si una profusa compilación de revistas en las que aparece Rock Hudson. Sabe de pe a pa la tabla de los elementos químicos. Piensa que el universo es tan ancho como el interior de una guitarra. Va a cine cada vez que quiere poner los pies sobre el espaldar de la silla de adelante. En los hoteles se registra con nombre falso. Un día es Brigitte Bardot y al siguiente María Félix. No sale a la calle antes de las tres de la tarde, y no se va a dormir sin antes ver los rasguños del amanecer. Come una sola vez por día. Escribió en el suelo de un bar: Veo por la ventana. Cóctel de imágenes. Llovizna. La lluvia, puñado de chapolitas. Le gusta bailar la Murga con los pies sobre los del parejo. Empapeló la pared de la cocina con los poemas que escribió en el bachillerato. Metáforas preñadas de desolación. Tristeza por los desayunos fríos y la sopa hirviendo.
Antes de iniciar el viaje, trabajaba los fines de semana en una pizzería del norte de Armenia. Entraba a las cinco y, casi siempre, salía a las diez p.m. Novia de un agente de tránsito, se lió con el mesero de un café. Lunes, martes y viernes visitaba moteles baratos con el primero. Miércoles, jueves y domingos, con el segundo. Los domingos salía a comer helado en el parque. Casi siempre iba sola.
Colecciona sellos postales y medallas religiosas. Antes de marcharse, le dejó a su compañera de cuarto una nota que decía: mira por la ventana, la noche es un rebaño de cocuyos. Te lo doy a cambio de que riegues, todos los martes, el pequeño cactus.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Partículas Salvajes.

Introducción
Querida, mientras hacías las compras para el cumpleaños de tu madre, me apareé con un árbol. No me mires así. Trato de escribir un poema.
Paso uno
Inútil hacerle caer en la cuenta a la niña de ocho años que su sombra se puede enamorar de la punta de algún zapato.
Paso dos
Adjetivo mal puesto. Belicoso por esencia. Homicida. La Nada existe. Compré un tiquete con regreso.
Paso tres
Los ha visto en la tele.
Señora, me permite regalarle un helado de vainilla a su hija. La madre dobla el periódico por la mitad y asiente con un leve gesto de cabeza. Llama a la niña y dice, el señor te va a comprar un helado. Sé buena con él. La niña sonríe. Cuando crezca se irá a vivir a un nightclub o a un penthouse.
Paso cuatro
Hace más de medio año que los fantasmas no dejan dormir en paz. Los seguidores de Baco dejan correr febriles vinos por el valle de los quejidos.

jueves, 25 de septiembre de 2008

De las pelis de Birri hasta las plataformas políticas.

Adaptar un texto literario a las exigencias del cine conlleva riesgos que pocos cineastas son capaces de superar. Son muchos los buenos ejercicios verbales que al ser transformados en filmes pierden la sugestión original de las letras impresas. Pocas cosas son más frustrantes para el espectador que asistir al teatro, atraído por la reciente adaptación de x obra, y encontrar secuencias de imágenes vacías, remedos de las que nacen al tener el libro en las manos. Los industriales del séptimo arte ven en las películas un inmejorable pretexto para aumentar el saldo de sus cuentas corrientes y piensan, con razón, que en las obras literarias hay buenos argumentos e ideas de filmación. Los libros, en efecto, les ofrecen a los profesionales del cine escenarios interesantes para explorar temáticamente. El éxito de una adaptación cinematográfica estriba en la lectura que el director haga del texto. Uno, con poca experiencia, tratará de llevar a la pantalla las situaciones tal cual parecen en el libro. Dicha actitud, que podría parecer correcta, es la causante del fracaso de centenares de filmes. Tom Wolfe, uno de los padres del nuevo periodismo, decía, con mucho olfato, que el cine y la literatura, en lo único en que se diferencian, es en la sintaxis de la narración. Son caras distintas de la misma pasión, esa que acompaña al ser humano desde las cavernas: la construcción simbólica de mundos posibles. Suma utilidad para el estudio cultural establecer la cronología y las distintas etapas evolutivas que conectan los mitos religiosos con los más recientes vídeos clips de Mtv. Existe un parentesco cercano entre las canciones populares, que narran acontecimientos importantes, con los mitos religiosos fundacionales. Suena a herejía pero es cierto: la Biblia, el Corán, el manifiesto comunista, las enseñanzas de Buda, El ser y la Nada, son ascendientes directos de los poemas punk y las noticias de cualquier diario. La necesidad de narrar es igual en todos los casos.

* Psicosis, la famosa película de Alfred Hitchcock, basada en un texto homónimo del genial novelista Robert Bloch, muestra que las obsesiones humanas, manejadas con talento, son útiles para cualquier género de relato. Los rituales sociales del Homo demens van de la mano con la narración. No hay diferencia insalvable entre las diversas formas de expresión. Las novelas, los poemas, el teatro, pertenecen a la familia del enunciado comunicativo, al lado de la filosofía, el cine, el amor, etc. Fracasa el mestizaje de los géneros por las frágiles puestas en escena. Ejemplo interesante para reseñar: Un señor muy viejo con alas enormes, de Fernando Birri. Más que una adaptación del cuento garciamarquiano, la obra del argentino es una relectura de la situación del pueblo caribeño. El marcado ambiente onírico, añadido a las situaciones carnavalescas que Gabo propone en el texto, explícita el trágico carácter del tercer mundo. Ahora, ya que hemos mencionado al Nóbel colombiano, no sobra decir que Cien años de Soledad actualiza la idea del eterno retorno, pensada por los griegos y retomada en el siglo XIX por el pensador germano Friedrich Nietzsche.

*Los relatos son, en esencia, reelaboraciones verbales de las situaciones cotidianas de alguna comunidad. Se puede entender la psique de un pueblo a través de sus formas de expresión artística. Uno de los más graves inconvenientes que plantea el discurso simbólico de las metrópolis capitalistas es, precisamente, la supresión de las culturas periféricas. El aparato mediático mundial, construido bajo las coordenadas de multinacionales, transforma su visión del mundo en la políticamente aceptada. Ante esta realidad, es urgente estrechar los lazos afectivos en la ciudadanía. Es inquietante que las democracias modernas estén construidas sobre el presupuesto del voyerismo. El ciudadano cumple la función política de observar pasivamente los movimientos del poder. Al respecto resulta clarividente la canción Demoliendo Hoteles del músico argentino Charly García: “Yo que crecí con Videla / yo que nací sin poder/ yo que luché por la libertad/ pero nunca la puede tener.” Las personas de a pie están alejadas de las esferas en donde se decide el destino del mundo. A aquellas sólo les queda resistir desde la cultura, visibilizando vivencias y compartiendo experiencias. “Estamos ante una propuesta estética que está dando un giro hacia lo político... lo estético se va convirtiendo en una manifestación política y una confrontación del poder” (Silva, 2000). Frente a las nuevas dinámicas sociales, en donde los roles y gustos de la población están determinados desde las órbitas del poder, es lugar común decir que los medios masivos de información han sustituido a la institución educativa en su papel de epicentro cultural. Es paradójico que, mientras las narrativas de los colectivos de identidad y los grupos urbanos se distancian de las estructuras dominantes: religión convencional, política ancestral, escuela magisterial, se acerquen a los mass media. La popularización de los blogs y la contundencia de redes como facebook, Hi5 y Mercado Libre son señas inequívocas de la democratización de la información. Cualquiera, en cualquier lugar del planeta, puede poner a circular por la Internet el contenido que quiera. Nunca antes, ni siquiera con las tesis del neoliberalismo económico, se pudo ver tan clara la aldea global. Un vistazo rápido al panorama de los medios de comunicación, mejor llamados canales de formación, deja entrever los componentes de la hegemonía. Los intereses comerciales de los propietarios de las industrias noticiosas crean directrices simbólicas que el ciudadano, en muchos casos, no está en capacidad de interpretar. Es recurrente, en las sociedades post-coloniales, que los medios masivos sean propiedad de conglomerados financieros. Cito el caso colombiano: los dos canales televisivos y radiofónicos con más audiencia pertenecen a portafolios corporativos. Los rituales sociales de aglutinar y cohesionar al grueso de la sociedad bajo presupuestos casi siempre ideados por los oficiantes de las decisiones políticas, son ahora ejercidos con sustancial eficacia por los medios masivos. En un país como Colombia, en el que, como nos recordaba Jesús Martín-Barbero, la población carece de espacios de expresión política, la formación de ciudadanos es una necesidad de primer orden.

Tareas pendientes para la construcción de la democracia: la consolidación de la educación como espacio de encuentro y la estructuración de la ciudadanía como relato de poder alternativo.

S

Zoografía

Plumiferus ocasionalus. (Mejor conocido como tinterillo).

A falta de evidencias taxidermicas, el único registro con que cuenta la mastozoología para clasificar al Plumiferus son los testimonios de algunos parroquianos, reunidos por la CRC en el libro Formas verticales, mini narradores. La primera referencia literaria que se tiene del mamífero está en una nota pie de página de las memorias de Gonzalo Guzmán, jefe de enfermeros del hospital San Vicente de Paúl de Circasia. Cuenta que un campesino de la vereda Palo Alto le llevó enjaulado un extraño animal, de ojos saltones y pelaje azabache. Años de literatura popular tejen la silueta del bípedo, tema favorito de novelistas sin pretensión. En Carmené: genealogía de Darwin a McDonalds, importante estudio de la fauna urbana del Tercer mundo, publicado originalmente por entregas en varias revistas de divulgación científica, entre ellas la prestigiosa News Fluís, y compendiado por el Fondo Gorrión Ilustrado, con prólogo de Luis Bernal, se dice que, desde el punto de vista de la evolución, la existencia del Plumiferus ocasionalus es imposible. El problema radica, entre otras cosas, en el desconocimiento de ancestros directos de la especie. Ni la más remota idea del árbol genético del tinterillo se tiene. Sin embargo, algunos entendidos en el tema aseguran que es, por el momento, apresurado sacar conclusiones, sobretodo por la carencia de pruebas incuestionables. En lugar de cotilleo académico proponen, para saber de una buena vez la verdad, una expedición científica en busca de corredores biológicos o territorios en donde el animal se resguarde. Hasta el momento el semillero de ciencias naturales de la Universidad del Quindío no se ha pronunciado. Sopesando los argumentos de ambas partes, creemos útil la recolección de testimonios sobre el Plumiferus ocasionalus.

El tinterillo, por temporada de invierno, se refugia en los cafés de la ciudad. Apenas conteniendo el llanto, camina de un lado para el otro hasta encontrar sitio disponible. Se le ve en las mesas interiores, en compañía de alguna doncella, perorando, con aire de doctor, sobre la situación de la narrativa moderna en Latinoamérica. Cuando la lluvia se toma un respiro, los que están en celo se paran en la esquina de cualquier plaza a presumir sobre el último poema leído o sobre la genial idea de cuento que se les ocurrió al ver, de refilón, la pantorrilla de x señorita. Sus hábitos reproductivos, aunque digan lo contrario, están más cerca de Kafka que de Sade.

Son muchos los testimonios que se tienen de las presunciones eróticas del tinterillo, siendo el más conocido el de una vendedora de libros. De acuerdo a lo consignado en el folio 515 de la comisaría sexta de Armenia, un Plumiferus se acercó a una muchacha con la loable intención de ayudarla a cargar unas bolsas. En un descuido, la blusa de Lucia, así se llamaba la vendedora, se abrió más allá de lo permitido, dejando ver la firmeza de sus sandias. Fue el final de la caballerosidad del mamífero. Dejó caer las bolsas y, sujetando a la atemorizada muchacha por la cintura, soltó una retahíla de estrofas que iban desde Carranza hasta Spinetta. El funcionario encargado por el ministerio de transcribir las declaraciones de los implicados, en un alarde de cultura, tuvo el acierto de poner a un lado de los versos su procedencia intelectual. Las investigaciones se cancelaron por falta de antecedentes jurídicos, ningún juez consideró delictiva la anómala declaración de amor.

El Plumiferus gusta de lecturas simples, nada que contenga más de tres ideas por libro. Osho, desde luego, ocupa el primer lugar en sus afectos literarios. Se han encontrado varios ejemplares de Tónico para el alma en las ranuras de los árboles del parque Fundadores. Rechaza, por revulsivas, las canciones de Serú Giran. Mira con recelo a los nadacefalus. Escribe en los meses de mayo y junio, viviendo el resto del año a costa de sus incautas madres y algún crédulo amigo.

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En “Relatos para un Gigante”, Francisco Congo ve como un animal de ojos rasgados y aliento infernal se traga un manuscrito sagrado. Explica el narrador en un pie de página, que aquel se extinguió, según datos fósiles del museo británico, hace más de tres mil años. La literatura fantástica, burdamente encasillada con el rotulo de infantil, utiliza nomenclaturas científicas como procedimiento narrativo. En ese sentido podemos entender la fauna del Centro de la Tierra, casi toda desaparecida antes de que el ser humano embadurnara las paredes de Altamira. Sin embargo, parte del mundo académico mira con suspicacia las novelas fantásticas. Los vernianos, así llamados por el resto de la comunidad científica, cree que tras la figura de Verne se esconde uno de los secretos más interesantes de la historia de la humanidad: los palimpsestos.

Cuando un científico menciona a los palimpsestos generalmente lo hace en tono de burla. Éste, según Carmené, genealogía de Darwin a McDonalds, es el nombre que recibe un grupo de sabios escandinavos que, bajo la inofensiva apariencia de las quimeras, escondió sus descubrimientos alquímicos de la represiva mirada de los inquisidores del Santo Oficio. Así, desde las páginas de los hermanos Grimm hasta las novelas de Asimov, hay recetas químicas y ecuaciones físicas agazapadas

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Ahora, como de lo que se trata es de ahondar en la especie mencionada arriba, podemos partir de la certeza que más de un mamífero registrado en Mastozoología, un dilema de nunca acabar, catálogo publicado en conjunto por las universidades de Boston y Madrid, reúne las características descritas por el cuentista. Sin embargo, por razones geográficas, y cimentados en declaraciones de amigos del autor, llegamos a la conclusión que, si bien de los palimpsestos hace medio siglo no se tiene noticia alguna, este es un típico caso de su modus operandi. Las metáforas de “Escarcha”, cuento que menciona a la bestia de hormigueante mirada, están escritas en código Malraux, lenguaje desarrollado por la secta. Analicemos un fragmento:

“La bestia no separó un solo instante la mirada del manuscrito. Se acercó. Sigilosa, abrió el hocico. Una hilera de perlados dientes brilló. De un solo mordisco se lo tragó. Una densa neblina…”

La anterior cita es un fragmento del tercer párrafo. El verbo final de la cuarta oración indica el carácter del mensaje escondido entre líneas. En este caso, la óptica, rama de la física encargada de estudiar la luz y sus variaciones, es el tema a tratar.