miércoles, 21 de octubre de 2009

Partículas Salvajes.

Ángel Castaño Guzmán

¿No habrá manera de que Colombia, en vez de matar a sus hijos, los haga dignos de vivir?

Gonzalo Arango.

Los siete años de Álvaro Uribe en la presidencia están marcados por numerosos escándalos de corrupción. Las grabaciones de funcionarios del ministerio de Transporte pidiendo coimas a cambio de favores en los procesos de licitación, las más que comprobadas desmesuras del DAS, la habitual presencia de emisarios de criminales en las oficinas de la Casa de Nariño, son algunas perlas en el amplio prontuario de la impostura. Los traspiés del actual gobierno, más que hechos aislados, evidencian el aterrador grado de descomposición de la clase política colombiana. El uribismo es un pie de página en una historia signada por la miopía dirigente y el estrepitoso fracaso de un proyecto nacional incluyente y democrático. Uno tras otro los blasones presidenciales se desploman ante la impávida mirada de la ciudadanía. La Seguridad Democrática ha demostrado serias fisuras que ponen en duda su eficacia: los cinco millones de desplazados por la violencia no pueden retornar a sus parcelas pues se hallan en manos de testaferros del paramilitarismo; el incremento de la inseguridad en las ciudades es el resultado lógico de la agudización del desempleo. La pobreza crece hasta alcanzar cifras pavorosas mientras gran parte de la inversión estatal cae en la garganta sin fondo de la maquinaria bélica. Los 307 millones de pesos recibidos sin contraprestación por la ex reina de belleza Valerie Domínguez para implementar un sistema de riego en una propiedad de un boyante gamonal son el ejemplo perfecto de las preferencias del gobierno nacional. El dinero salió del bolsillo de los colombianos para engrosar la cuenta bancaria de una familia terrateniente de la Costa. Eso es inadmisible en un país con 20 millones de personas viviendo con menos de dos dólares diarios. Regalarles subsidios a los ricos, los mismos que financiaron la campaña presidencial de Uribe, mientras los campesinos sufren las embestidas de la crisis económica, es antidemocrático. Por eso, y por las ejecuciones extrajudiciales, no es apropiada una segunda reelección para la salud de las tradiciones republicanas.

2) La frase de un relato de Roberto Bolaño resume los marchitos sueños de América Latina. Hermana de aquella con la que concluye la Vorágine, la del chileno parece sacada de un macabro filme: “de la verdadera violencia no se puede escapar”. Prófugos de una sociedad de altos muros y pocos puentes, los colombianos asistimos al incesante festín del exterminio. Los informes de las ONG sobre el nada alentador panorama de los derechos humanos engrosan el cada vez más abultado registro de la infamia. Las anteriores generaciones fueron inferiores al compromiso histórico de construir una comunidad distinta, no más técnica ni desarrollada, sólo más humana. El siglo XX hasta la saciedad mostró la futilidad de los vuelos intergalácticos sí en las calles miles de infantes encuentran en el pegante el único sustento. Los avances de la globalización son fuegos fatuos en un mundo en que el éxito consiste en la sistemática acumulación de capital. Los nacidos en pleno colapso comunista no dan señales de buscar el cambio. Los vistosos anzuelos de la publicidad alejan la atención pública de los temas de importancia. Nación paradójica, Colombia celebra hasta la extenuación las pírricas victorias del conjunto tricolor, pero entierra en la amnesia el llanto de las madres. La vida es innegociable y no hay peor profanación que reducirla al papel de mercancía. Pedro Casaldáliga retrató muy bien los estropicios del capitalismo al decir que estamos en la prehistoria de la humanidad.

lunes, 7 de septiembre de 2009

El deseo del abismo

Por: Ángel Castaño Guzmán

“Pasó la vida detrás de los espejos, hasta que olvidó su rostro” F.O.M

Franz Kafka, el silencioso transeúnte de la Praga de principios del siglo XX, retrató a la perfección los laberintos existenciales del hombre unidimensional de Marcuse. No existe respuesta satisfactoria para explicar cómo ese gris oficinista, perseguido por el despótico recuerdo de su padre, pudo construir una obra narrativa de tanta actualidad. La metamorfosis es sin lugar a dudas la odisea del lector contemporáneo. Los dioses son curiosidades de anticuarios y coleccionistas; los ídolos de neón los han reemplazado en la tragicomedia humana. El destino de los pueblos ya no se vislumbra en los intestinos de un becerro si no en las extrañas reuniones del G8. La deidad huyó para siempre del Olimpo y ahora anida en las pestilentes callejuelas de los suburbios mediáticos. Ahí, junto a los estropicios del neoliberalismo, crece silenciosa la poesía de Fabio Osorio Montoya.

La literatura regional ha sido pródiga en ficciones hiperbreves. Luis Vidales con sus 20 Estampillas inició una tradición cultural que encontró en Umberto Senegal, José Raúl Jaramillo y Jaime Lopera, brillantes cultores. Comentario aparte merece el escritor que hoy nos ocupa: en una entrevista televisiva, Osorio Montoya confesó sin pudor que cada año bautiza con fuego un manuscrito terminado.

Las 59 páginas de La Baba del Farsante son la milimétrica radiografía de una metrópoli feroz donde los viandantes son fantasmas nacidos en la esquizofrénica cabeza de Pedro Páramo. En los caminos de Comala los latinoamericanos encontramos pistas para descifrar el eterno acertijo de nuestro sino. Farsante es la lúcida conciencia de Osorio Montoya. Fanático de los acordes industriales de Black Sabbath, su vida da un vuelco al descubrir a sus camaradas, los perros del orbe, entonando salmos de alabanza ante un inmenso aviso de Coca Cola. El insolente canino pertenece a la familia de Mister Bonnes, el locuaz protagonista de una novela de Paul Auster. Los nómadas, a pesar de las medidas gubernamentales, son los dueños absolutos de la ciudad. Momentos de iluminación, los cuentos exploran las entrañas de la urbe, un universo simbólico poco frecuentado por los narradores quindianos. El poeta Carlos Castrillón encontró en la lírica de Osorio Montoya rasgos propios de la tensa relación entre el individuo y su espacio: “La ciudad es el riesgo, el brillo del cuchillo que se levanta en la noche para hundirse en la carne, es el grito lejano que no queremos escuchar para no comprometernos”.

Hay un texto que llamó con particular insistencia mi atención: Voltaire, uno de los precursores de la Revolución francesa, busca el perdón oficial, representado en la sepultura cristiana. El más burlesco de los cadáveres, así llamado por el vate, en un carroza tirada por negros caballos deambula por las adoquinadas calles de París. Su putrefacta sonrisa es bella metáfora del progresivo desmoronamiento de la democracia. Como los demás personajes del libro, Voltaire es arquetipo de los sueños y las pesadillas de la sociedad informatizada. El signo distintivo de la humanidad es la amargura, escribió en alguna parte Michel Houellebecq, y ese precisamente es el tono que predomina en la cáustica mirada de Farsante.

La Baba del Farsante es una valiosa colección de microrrelatos. A pesar de algunos errores tipográficos y de edición, los textos merecen una lectura cuidadosa y un juicioso análisis.

Osorio Montoya, Fabio. La Baba del Farsante. Cuadernos Negros, 2009.

viernes, 21 de agosto de 2009

Pasajero de luz y sombra



Ángel Castaño Guzmán
Hace algunos años, mientras merodeaba por las calles del barrio, unos niños corrían detrás de un balón. Alegres, suaves golpes daban a la esfera. Después de seguirlos por varias cuadras, descubrí el motivo de la algazara: en una cancha cercana, un potrero marrón con arco en cada extremo, varios chiquillos con atención seguían los gestos de un muchacho melenudo. Mis involuntarios guías no tardaron en unirse al grupo. Pequeñas nubes moteaban el cielo. El viento estremecía las hojas de los árboles. El monótono sonido de un autobús y las risitas provocadas por los comentarios del joven apenas rasgaban el silencio. Treinta minutos transcurrieron con la velocidad del parpadeo. El entrenador movía las manos con la soltura del blacamán.
A los días invité a mi amigo Jefreey, un mulato de contextura gruesa y grandes pómulos, a corretear por ahí. Él, con mal disimulada seriedad, rechazó mi propuesta. De un vistazo lo seguí hasta perderse en el vaho de la tarde. Extrañado, le pregunté a Jeison, su hermano menor, para dónde iba con tanto afán. Pues a entrenar, respondió con desgano, al tiempo que cerraba la puerta. Sin yo saberlo, casi todos mis compañeros de travesuras pertenecían un equipo de fútbol, y por esas artimañas del destino ninguno creyó conveniente contarme.
En el antejardín de su casa don Manuel, sobre un improvisado tablero, pegaba volantes mecanografiados. El traqueteo incesante de la máquina de escribir en la superficie de las cuartillas marcaba el metódico recuento de las obsesiones de un ingeniero civil retirado. Pluviómetros, veletas y demás instrumentos meteorológicos interrogaban el caprichoso clima de la ciudad. El entrenador del equipo resultó ser hijo del diletante periodista. De Villa Liliana Fútbol Club,- nombre del grupo de niños-, quedó una certeza: la felicidad tiene forma de balón. Algunos vídeos y una bitácora completan los vestigios del más humilde de los equipos de balompié infantil. Chalaca, fútbol para la vida, un cuaderno de apuntes poéticos, registra los pormenores cotidianos de unos chicos por los días en que el país se precipitó al abismo. El D.T mudó en fotógrafo, en uno de los mejores de la región.
Como colaborador de un fanzine de ingrata memoria, propuse una foto del periódico El Tiempo para acompañar un reportaje sobre las meretrices de San Francisco. En los créditos, el editor escribió mal el apellido del fotoreportero: la V fue arbitrariamente cambiada por una B. No tardó en llegar a mis oídos el justo reclamo del autor. El asunto se olvidó gracias a unos tintos, cortesía de mis padres.
Las fotos de Ricardo salen en la tapa de periódicos de circulación nacional y en publicaciones de ínfimo tiraje. Imágenes que remiten a referentes amplios, a pesquisas más inquietantes que la simplista costumbre de obturar para ilustrar noticias desdeñables. Igual desparpajo se percibe en sus textos. Un malicioso mohín recoge sus labios a la hora de encarar la hoja en blanco. Su capacidad para encontrar el título adecuado es legendaria. En la cara de Vejarano una obstinada sonrisa complementa el arsenal de comentarios jocosos que guarda bajo la manga. Su corrosivo sentido del humor deja noqueado a cualquiera. Su trabajo pone la almibarada ciudad de la postal frente al espejo de sus miserias. En el fondo, como desprevenidos transeúntes, Kafka y Rodari sonríen al lente. Sus exposiciones fotográficas buscan los engranajes de la barbarie y los guiños de la fantasía. El primer lugar en el concurso Colombia Expuesta 2008, organizado por la revista Semana, confirma la calidad de una obra cimentada sobre líricas intuiciones.

viernes, 24 de julio de 2009

Pinceladas a un país inconcluso

Ángel Castaño Guzmán

En 1966 el Papa Pablo VI, en sintonía con la apertura que el concilio Vaticano II representó para el cristianismo, decidió eliminar el Index Librorum Prohibitorum, un extenso catálogo de libros contrarios al magisterio eclesiástico. Durante siglos la Iglesia Católica combatió el libre pensamiento, socavando uno de los principales derechos de la humanidad. Para difundir sin contratiempos sus obras los escritores debían garantizar su incondicional apego a las enseñazas de la Biblia. La invención de la imprenta significó, entre otras cosas, el fin del monopolio religioso. En la actualidad, con la velocidad de los medios masivos de información y la relativa facilidad para acceder a la Internet, los incondicionales devotos de la posmodernidad ven las épocas de represión intelectual como fantasmas cada vez más tenues. Sin embargo, la creciente concentración de canales noticiosos en manos de consorcios económicos hace creer precisamente lo contrario. El periodismo, oficio de vital importancia para el sano desarrollo comunitario, antes de ser vía de enriquecimiento personal, es apostolado de compromisos democráticos. Espejos del acontecer social, los diarios y demás medios deben transmitir la información con la mayor imparcialidad. Sin la osadía de los precursores de la república, los ideales de la Revolución francesa, Libertad, Igualdad y Fraternidad, no hubieran encendido el polvorín que hizo estallar el dominio español en América Latina. Gracias a periodistas honestos el escándalo del Watergate salpicó a sus directos responsables. La prensa veraz, sin ataduras ideológicas, es en muchos casos el único impedimento para el total desmadre nacional. Sin las serias investigaciones de Alfredo Molano la opinión pública ignoraría el trágico sino del campo colombiano. El olfato de Daniel Coronell permitió sacar del agujero de la amnesia las reprochables maniobras del poder y sus esbirros.

Con tres millones de desplazados internos por la demencia de la guerra, según datos de organizaciones internacionales, y un escenario político marcado por el maniqueísmo partidista, la sociedad colombiana necesita periodistas convencidos de la relevancia de su trabajo. Las páginas de los periódicos deben desenmascarar las jugarretas de los poderosos, enderezar los entuertos de los corruptos y denunciar en voz alta las siniestras alianzas del mal. Petardos retóricos contra instituciones judiciales de países vecinos, turbios negocios de los familiares del presidente, las muertes de civiles para avivar las llamas del belicismo, el futuro es un pozo de sombras y por eso hoy como nunca urgen reporteros intrépidos, conscientes de la eficacia de su papel histórico.

El escritor Fernando Vallejo rodó hace más de veinte años una película sobre la violencia sectarista de mediados del siglo pasado. La historia, más o menos, es la siguiente: un grupo de campesinos viaja a Calarcá y mientras cruza el Alto de la Línea es detenido por los hombres de Jacinto Cruz Usma, Sangrenegra. Más allá de las escabrosas imágenes de la matanza, el relato fílmico señala a los tradicionales partidos políticos como culpables de desencadenar la orgía de los machetes. Los colombianos, polarizados por el actual gobierno, no hemos aprendido las lecciones de nuestro doloroso pasado. La reconciliación nacional no se alcanza con la eliminación sistemática del adversario y mucho menos con el progresivo debilitamiento de los rituales democráticos. El mejor camino para combatir el terrorismo es la inversión social, como reconoce el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, y no el aciago alarido del fusil. El país necesita con apremio una ciudadanía atenta a la realidad y no un caudillo con cruces en el alma.


martes, 7 de julio de 2009

Pastillas para no olvidar

Por: Ángel Castaño Guzmán

Hace algunos años los cancilleres de América Latina y el Caribe firmaron una nota de protesta por las declaraciones del teleevangelista norteamericano Pat Robertson sobre la necesidad de asesinar al presidente de Venezuela Hugo Chávez. En ese contexto, Andrés Oppenheimer propuso la creación de un organismo internacional encargado de denunciar ante la opinión pública las manifestaciones lesivas para la democracia. LOCA, (Latinoamérica Organizada Contra los Agravios), fue el nombre que el columnista del Nuevo Herald imaginó más apropiado para la comisión de monitoreo. Dejando de lado el evidente buen humor de Oppenheimer, y en vista del cada vez más abultado registro de frases disparatadas de los íconos mediáticos, aprovecho este espacio para promocionar COCA, oficina satélite de la honorable LOCA. Una pequeña muestra de su eficiente trabajo.

El ex ministro de Agricultura, y por estas calendas flamante precandidato presidencial, Andrés Felipe Arias, escribió en la edición número 635 de la revista Cambio una frase que asombra por su sesgo ideológico. Dice Arias: “los verdaderos enemigos del campo siempre han sido las guerrillas narcotraficantes, asesinas y secuestradoras”. Causa pasmo que una persona formada en los mejores planteles universitarios del país olvide mencionar en su texto el nefasto papel de los paramilitares en la tragedia del campesinado colombiano. Acumular enormes cantidades de tierra en manos de estratégicos socios, despojando a miles de labriegos de sus pocas pertenencias, ha sido la permanente estrategia de los alzados en armas.

La actual embajadora de Colombia ante Gran Bretaña, Noemí Sanín, en la efervescencia de la campaña electoral de 2002 pronunció una sentencia despiadada:”Si Álvaro Uribe gana la presidencia es como si la ganará Carlos Castaño” (Gómez, 2008). Con un puesto bien remunerado y la garantía de mantener contacto directo con los monopolios informativos, Sanín olvidó una sindicación de tales proporciones.

El actual mandatario no se queda atrás. En una entrevista hecha en 2002 por Joseph Contreras, corresponsal del Newsweek, el entonces aspirante por el partido Primero Colombia a la primera magistratura se enojó con el periodista por un par de preguntas incómodas. Contreras indagó sobre su participación en un mitin organizado por el capo Pablo Escobar y por el inusitado número de licencias de pilotaje concedidas durante su dirección de la Aeronáutica Civil, en un periodo donde el dinero del narcotráfico llenó los bolsillos de funcionarios inescrupulosos. (Revista Semana núm.1038)

El único interés de la clase dirigente nacional, y la historia lo ha demostrado hasta la saciedad, es el enriquecimiento personal, así éste deteriore los derechos ciudadanos. Cada paso de los oficiantes del poder corresponde a una calculada coreografía de la impostura y el pillaje. La democracia colombiana, adornada con baratijas legalistas, dista mucho de ser un proyecto social incluyente, donde el bienestar colectivo prime sobre la mezquindad partidista

jueves, 25 de junio de 2009

Postales microscópicas

                                                                                                                             
  “Destino: Quiso la suerte que coincidiéramos en momento y lugar. No quiso en cambio que nos atreviéramos a hablar” H.A.

La reciente aparición de una docena de libros dedicados al minicuento ratifica una práctica literaria que se remonta a Luis Vidales. En sus Estampillas, el bardo de Suenan Timbres abrió las puertas a las actuales generaciones de escritores minimalistas. Influidos por El dinosaurio de Augusto Monterroso, algunos narradores quindianos condensan en menos de una cuartilla un universo autónomo, capaz de noquear al lector en cuestión de segundos. Comentario aparte merece la invención del poeta calarqueño Umberto Senegal. Inspirado en la brevedad del haikú, sentó las bases del cuento atómico en un ensayo publicado hace algunos años. Sin sobrepasar las veinte palabras,- fuera de las del título- el texto debe tener la contundencia del koán. Fugaz, el mejor calificativo para definir el subgénero. 

Cuentáforas es la segunda incursión editorial de Hugo Aparicio en el cuento atómico. En 46 páginas, el editor del conocido fanzine Poetintos, dibuja un mundo donde el silencio prima sobre los adjetivos. Según Poe la extensión justa de un cuento debe permitir su lectura en una sentada. Los de Aparicio se leen en un parpadeo. Muestra de afinada puntería, cada micro relato, sin eludir la realidad inmediata, busca derroteros perdurables. Atentas observaciones al entorno, las cuentáforas enriquecen el disperso mosaico de la literatura regional. “Suicida: El billete de lotería que encontrarás ganó el premio mayor. Puedes disponer del dinero, más ya no de mí” H.A.

Hugo es conocido en el ambiente cultural por la impecable factura de sus crónicas periodísticas, siendo un sentido texto sobre el reciente premio Rómulo Gallegos, William Ospina, el mejor de su producción hasta el momento. Aparicio y el novelista compartieron un viaje de 150 kilómetros, distancia que separa la capital del Tolima del municipio de La Tebaida. Conversaron sobre lo divino y lo absurdo en el panorama de las letras universales. Hugo, sólo armado con su prodigiosa memoria, reconstruyó los diálogos con la precisión del esmerado relojero. Sobra decir que Ospina al conocer el escrito envió un caluroso mensaje al cronista. 

Sus trajines literarios no son óbice para conocer las penurias de la comarca, por el contrario, en la palabra ha encontrado, como puede testificar cualquiera que haya leído sus continuos aportes a Calarca.net, una útil herramienta para expresar sus pensamientos en voz alta. Sin adhesiones de ningún tipo, sigue con esmero el desarrollo del megaproyecto vial Túnel de la Línea y su eventual impacto en los habitantes de Calarcá.  

Ajena a las clamorosas campañas publicitarias de los monopolios editoriales, la literatura cultivada en el Quindío necesita de estrategias pedagógicas para combinar calidad estética con una adecuada distribución. La lógica del mercado hace que los escaparates de las librerías se parezcan cada vez más a la sección de farándula de los noticieros, donde la impostura brilla con particular insistencia. Sirvan estas letras de llamado a los profesores de las instituciones educativas del departamento: hay buenos escritores regionales en busca de lectores.  

Postales microscópicas

                                                                                                                             
  “Destino: Quiso la suerte que coincidiéramos en momento y lugar. No quiso en cambio que nos atreviéramos a hablar” H.A.

La reciente aparición de una docena de libros dedicados al minicuento ratifica una práctica literaria que se remonta a Luis Vidales. En sus Estampillas, el bardo de Suenan Timbres abrió las puertas a las actuales generaciones de escritores minimalistas. Influidos por El dinosaurio de Augusto Monterroso, algunos narradores quindianos condensan en menos de una cuartilla un universo autónomo, capaz de noquear al lector en cuestión de segundos. Comentario aparte merece la invención del poeta calarqueño Umberto Senegal. Inspirado en la brevedad del haikú, sentó las bases del cuento atómico en un ensayo publicado hace algunos años. Sin sobrepasar las veinte palabras,- fuera de las del título- el texto debe tener la contundencia del koán. Fugaz, el mejor calificativo para definir el subgénero. 

Cuentáforas es la segunda incursión editorial de Hugo Aparicio en el cuento atómico. En 46 páginas, el editor del conocido fanzine Poetintos, dibuja un mundo donde el silencio prima sobre los adjetivos. Según Poe la extensión justa de un cuento debe permitir su lectura en una sentada. Los de Aparicio se leen en un parpadeo. Muestra de afinada puntería, cada micro relato, sin eludir la realidad inmediata, busca derroteros perdurables. Atentas observaciones al entorno, las cuentáforas enriquecen el disperso mosaico de la literatura regional. “Suicida: El billete de lotería que encontrarás ganó el premio mayor. Puedes disponer del dinero, más ya no de mí” H.A.

Hugo es conocido en el ambiente cultural por la impecable factura de sus crónicas periodísticas, siendo un sentido texto sobre el reciente premio Rómulo Gallegos, William Ospina, el mejor de su producción hasta el momento. Aparicio y el novelista compartieron un viaje de 150 kilómetros, distancia que separa la capital del Tolima del municipio de La Tebaida. Conversaron sobre lo divino y lo absurdo en el panorama de las letras universales. Hugo, sólo armado con su prodigiosa memoria, reconstruyó los diálogos con la precisión del esmerado relojero. Sobra decir que Ospina al conocer el escrito envió un caluroso mensaje al cronista. 

Sus trajines literarios no son óbice para conocer las penurias de la comarca, por el contrario, en la palabra ha encontrado, como puede testificar cualquiera que haya leído sus continuos aportes a Calarca.net, una útil herramienta para expresar sus pensamientos en voz alta. Sin adhesiones de ningún tipo, sigue con esmero el desarrollo del megaproyecto vial Túnel de la Línea y su eventual impacto en los habitantes de Calarcá.  

Ajena a las clamorosas campañas publicitarias de los monopolios editoriales, la literatura cultivada en el Quindío necesita de estrategias pedagógicas para combinar calidad estética con una adecuada distribución. La lógica del mercado hace que los escaparates de las librerías se parezcan cada vez más a la sección de farándula de los noticieros, donde la impostura brilla con particular insistencia. Sirvan estas letras de llamado a los profesores de las instituciones educativas del departamento: hay buenos escritores regionales en busca de lectores.  

martes, 16 de junio de 2009

De pájaros y Escopetas

Ángel Castaño Guzmán

"Sale como un noble soldado, vuelve agrio y mutilado.
Total pa' nada si al regreso todo fué igual"
W.C

Un buen ejemplo sobre la camaradería de los medios de comunicación con los actores del conflicto armado trae el libro Nuestro Hombre en la DEA del periodista Gerardo Reyes. Tres mil mensajes de simpatía atiborraron el correo electrónico de Carlos Castaño al día siguiente de ser transmitida la entrevista que le concedió a la presentadora Claudia Gurisatti (Pág. 177). Ninguna maniobra castrense del locuaz jefe paramilitar logró dirigir los reflectores de la opinión pública hacia su causa como lo hizo el reportaje periodístico. Durante semanas las conversaciones de los ciudadanos giraron en torno a las declaraciones de Castaño. Ya es común en Colombia que los temas de importancia sean definidos por la prensa y los bandos de la guerra. Mucho se ha escrito sobre la responsabilidad del periodismo al cubrir este tipo de eventos. Testigos de primera fila de los estragos de la violencia, los periodistas asumen el compromiso social de informar sin partidismos ni adhesiones. Sin embargo, esta premisa se deja de lado en el actual panorama mediático. Con regularidad pasmosa, los noticieros incumplen el pacto de transmitir con neutralidad los acontecimientos. Dueños de periódicos y demás canales informativos, los grupos económicos juegan sus cartas en la confrontación militar. De ahí su tendencia a elaborar el discurso informativo con materiales sin contexto. La insolente celebración por eventuales golpes a la insurgencia oculta los alarmantes índices de civiles ejecutados extrajudicialmente. Las galopantes cifras del desempleo son maquilladas con la euforia de la muerte. Las grandes cadenas noticiosas propagan la mirada oficialista de la compleja realidad nacional, sin prestarles mayor atención a las voces disonantes. Casi invisible, la ciudadanía es vista como pasiva receptora de los despachos noticiosos. Pocos son los espacios mediáticos donde ésta asume un papel central. Envanecidos por pírricas victorias, los oficiantes del poder difunden posiciones maniqueas que avivan las llamas de la barbarie. Las continuas exhortaciones a la hostilidad alimentan los motores de la tragedia. En este terruño, la implacable lógica de la pólvora se ha impuesto sobre el debate y el dialogo, herramientas necesarias en cualquier democracia. Un error repetido hasta la saciedad por las sucesivas administraciones nacionales es la deliberada miopía a la hora de iniciar diálogos de paz con los alzados en armas. El camino de la reconciliación inicia con el reconocimiento del otro como sujeto de derechos. Términos como terrorismo lo único que logran es hundir al país en arenas movedizas. Deshumanizar al adversario es el ritual común de occidente. En su periplo cronológico, la civilización moderna sataniza al contrario. Salpicada de sangre, la historia de Colombia es un extenso prontuario de sobreentendidos. Cualquier habitante de la ciudad podría resumir en unas cuantas frases los más intrincados novelones de la farándula, pero pocos conocen los pormenores culturales de la confrontación bélica. Las páginas de los periódicos deben ser ágora de interlocución civilizada, donde los militarismos sean señalados como lo que son: engranajes de terror y pobreza.

miércoles, 27 de mayo de 2009

El mohín de Moloch.

Por Ángel Castaño Guzmán.

Alabado seas, mi Señor, por el hermano viento
y por el aire y la nube y el cielo sereno y todo tiempo,
por todos ellos a tus criaturas das sustento
. San Francisco de Asís

Hace algunos años una docena de campesinos franceses le propinó un significativo golpe al capitalismo moderno. Apenas armados con destornilladores, pinzas y palas, caminaron hasta el McDonald’s más cercano. Sin cruzar palabra con los empleados, procedieron a desmontar el mobiliario. Casi todos los medios de comunicación galos cubrieron el evento como muestra de la cada vez más inocultable esquizofrenia de algunos ciudadanos. Sin embargo, al preguntársele al vocero del grupo el por qué de la acción, no dudó un segundo en afirmar que se trataba del primer paso de una sistemática guerra contra la comida perniciosa para la salud. La población francesa, sobra decirlo, apoyó con entusiasmo la iniciativa y, como es lógico, por esos días la franquicia europea del conocido restaurante dejó de percibir considerables réditos. Decenios antes el mismo sistema económico incitó a miles de hindúes a seguir los pasos de Gandhi en la recordada marcha de la sal.

Los ciudadanos del mundo contemporáneo desde la comodidad de nuestros sillones asistimos a la globalización empresarial. Los despachos noticiosos de las incansables cadenas informativas anuncian las bondades del progreso. Las señales del desastre pasan desapercibidas en un mundo donde el neón brilla con singular insistencia. Se olvida, por ejemplo, el carácter maléfico de los rituales industriales que, entre otras cosas, alteran el equilibrio ecológico y explotan metódicamente los recursos naturales. Incontables pruebas validan el acierto de Leonardo Boff al señalar al ethos capitalista como el causante de la muerte de miles de seres humanos en las zonas periféricas de la civilización y de la inminente crisis ambiental de proporciones apocalípticas. El concepto occidental de desarrollo se asemeja a los dioses cananeos. Sedientos de sangre, los ídolos exigían a sus fieles sacrificios humanos como prueba de su devoción. Sin prestarles mayor atención a los signos de la catástrofe, el Baal moderno y sus sacerdotes, las empresas multinacionales, no dejan árbol intacto ni río libre de sus excrementos. Moloch sonríe en su pedestal, mientras centenares de niños cuyo único sustento diario es el pegante caen en los suburbios de las grandes metrópolis. Frente a la mirada permisiva de la familia humana, especies enteras se extinguen a una velocidad equivalente a la del crecimiento de las cuentas bancarias de los monopolios. Amparada en la absurda idea de concebir la naturaleza como granero, la sociedad tecnificada se rehúsa a aceptarla como sujeto de derechos. Enceguecidos por fuegos fatuos, el hombre y la mujer se ven a si mismos como pináculo de la evolución, dueños y señores de cuanto los rodea. Animal sin duda sui generis, el homo sapiens hace parte de la extensa cadena de la vida que va de la minúscula bacteria a la supernova más lejana. En lugar de capataz, es hijo de la naturaleza, pues separado de ella no alcanza su plenitud. San Francisco de Asís, en un bello poema, llega al paroxismo de llamar al sol su hermano y encontrar el parentesco que lo une con el zorro, la vaca y el buey. Quizá, más que los avances científicos o las revoluciones tecnológicas, la verdadera esencia de la humanidad son esos arrebatos poéticos que como Francisco lo intuyó son puente que comunica y no pared que aísla.

El pistoletazo ya sonó. El paso ineluctable del tiempo hace que la brújula señale el precipicio. Pensar que el cambio de ruta está en manos de los gobernantes es desconocer cómo funciona el capitalismo. Un paso simple, pero de hondas repercusiones, es construir la sociedad sobre los sólidos cimientos de la solidaridad y no en el frágil barro del lucro. Afirmar cotidianamente el carácter innegociable de la vida es nuestro compromiso. No hay mayor profanación que reducir el medio ambiente al papel de mercancía de intercambio. Una ciudadanía atenta a cualquier movimiento contra la dignidad de la naturaleza les garantiza a las futuras generaciones un legado más amplio que unos cuantos agujeros en la capa de ozono.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Las palabras de la Doncella.

Por: Ángel Castaño Guzmán

Sherazada, la formidable narradora que para salvar su vida del implacable decreto del Rey teje un extenso mosaico conocido en occidente con el nombre de Las Mil y una noches, es el mejor ejemplo de la eficacia de la palabra en tiempos de crisis. Hilvanados con singular maestría, los relatos salen de la boca de la doncella con el vigor necesario para recordarle al monarca los límites del poder. El detalle más inquietante del libro es la idea de concebir el lenguaje como centro real de la sociedad. Fascinado, el soberano pospone la ejecución una y otra vez para conocer el desenlace de una narración que indefectiblemente conduce a otra. La astucia de la mujer consiste en dosificar las revelaciones y dejar varios temas ocultos para esgrimirlos en una mejor oportunidad. Sin dar tiempo para la meditación, el frenético ritmo de acontecimientos obnubila el juicio del gobernante. Mucho de Sherazada tienen los medios de comunicación. Hipnóticos, construyen a su arbitrio el escenario de la realidad. El discurso informativo es el telón de fondo de las faenas cotidianas. Cada informe noticioso trae consigo una avalancha de coloquios domésticos. Muchas de las conversaciones que tienen lugar en las habitaciones y comedores de los ciudadanos modernos nacen en las salas de redacción. De ahí el compromiso democrático de los periodistas de informar con rigor y neutralidad. El problema radica, en palabras del profesor español Carlos Elías, en el criterio mercantil que prevalece a la hora de seleccionar los temas de interés general. Cercados por el omnipresente fantasma del dinero, los medios de comunicación están más atentos al crecimiento de las ventas que al desarrollo de proyectos de inclusión y reconocimiento ciudadano. Esto, en muchos casos, viene de la mano con evidentes rasgos de frivolidad. Se opta, como es lógico, por noticias fáciles de consumir. Ninguna clase de preparación exige la banalidad periodística al receptor. Así, los chismes de los romances de las actrices desplazan los eventos incómodos y nada consumibles. Reportan más índice de rating los pormenores de la farándula nacional que las poblaciones minoritarias. Los negros, campesinos, mujeres, homosexuales, son los eternos olvidados y sólo acaparan la atención nacional cuando la muerte toca sus puertas. La guerra y el espectáculo hacen que el tiraje de los periódicos se agote en un santiamén. La prensa, en sintonía con las directrices neoliberales, se convirtió en carnaval circense. En lugar de apelar a la meditación promueve el irreflexivo espectáculo.
Sherazada logró escapar de las garras de la injusticia gracias a su extraordinaria inteligencia. En su caso el patíbulo fue sustituido por el solio real. Los medios de información lograrán no ser inferiores a sus responsabilidades sociales si son capaces de construir una visión incluyente de la comunidad, ajena a los vaivenes del mercadeo y a las trampas del oropel.

miércoles, 15 de abril de 2009

El diario de los dioses.

Por: Ángel Castaño Guzmán
Hace un cuarto de siglo, al conocer la noticia de la muerte de Julio Cortázar, Carlos Fuentes telefoneó a Gabriel García Márquez a su residencia de La Habana. Al otro lado de la línea, tras comentar los pormenores del acontecimiento, el escritor mexicano le oyó decir al Nóbel una frase que bien podría resumir cualquier investigación sobre la calidad informativa de los medios de comunicación: no creas todo lo que lees en los periódicos. Reportero avezado, Gabo retrató con fidelidad los secretos de las salas de redacción. El escepticismo que el apotegma encierra es apenas natural en una sociedad como la colombiana, cuya realidad hace rato traspuso los linderos de la hipérbole. Los periodistas, oficiantes de la información, son testigos de primera fila de los eventos que en los últimos 50 años han constituido la identidad del país. Tahúres de la imagen, dan a conocer por igual las desmesuras de la barbarie y los oropeles de las pasarelas. Sin distinción, las curvas de la ninfa sensación de la industria musical están a escasos centímetros de la más bizarra crónica roja. Caldero de mezclas alucinantes, las páginas de los periódicos y los informativos radiales son radiografía de la psique nacional. Leerlos es escarbar en lo más íntimo del inconsciente, bucear en los arrecifes de la colombianidad.
El periodismo, oficio de innegables compromisos democráticos, es para muchos, entre ellos Albert Camus y Ryszard Kapuscinski, el mejor de todos. Da las coordenadas que sitúan al ciudadano en el agitado mundo de la posmodernidad y alimenta las opiniones que éste elabora acerca de los temas de interés general. Pocas cosas lesionan con más contundencia a la democracia que una prensa obnubilada por los fuegos de artificio del poder.
Temas frívolos ocupan el mismo espacio en las agendas noticiosas que los dramas de una nación inmersa en la violencia. Por eso es tan apremiante que la academia le provea a la población elementos básicos para examinar con cuidado los discursos periodísticos. Promover lectores capaces de encontrar los recónditos engranajes de las noticias es el deber impostergable de la comunicación social. Hasta el momento pocos son los movimientos en esta dirección. En saldo rojo con la sociedad están los medios de información y la educación formal. Los primeros por no conservar la neutralidad necesaria para informar con rigor y honestidad. La segunda por la evidente ruptura que hay entre sus investigaciones y el país de carne y hueso.
Leer el periódico, ver tele noticieros o encender el radio son liturgias cotidianas del ciudadano moderno. Pan diario, la información está presente en todos los ámbitos de la sociedad globalizada. De ahí la importancia de no arrojar las perlas a los cerdos o encumbrar dioses de cartón.

lunes, 16 de marzo de 2009

REFLEXIONES A LA HORA DEL TENTEMPIÉ

En las tradiciones orientales se cuenta que el padre de Siddhartha ocultó de la inquieta mirada de su hijo aquellas cosas que rasgan los predecibles velos de la ingenuidad y muestran lo transitorias que las empresas humanas son. En el tercer capítulo del Eclesiastés, con sucesión de antónimas situaciones, Salomón teje fúnebre lamento por la fugacidad de la vida. La empresa humana está signada por la contradicción: somos suspiro entre abismos, como recuerda Borges, pero a la vez tratamos de alcanzar la eternidad con limitadas herramientas. La enfermedad, la vejez y la muerte son, en efecto, indiscutible prueba de la finitud de nuestra civilización, magnificada por el metódico discurso de la publicidad. Las arengas oficiales, amplificadas hasta el cansancio por los grandes medios de comunicación, no dejan instante sin proclamar que los actuales ciudadanos vivimos en el mejor de los mundos posibles. De la mano del saber y de las omnipresentes ciencias aplicadas, las limitaciones del hombre son postales de un remoto pasado, vagas anécdotas en libros de historia. Se abre horizonte esperanzador frente a nuestras ávidas pupilas, y todo gracias a la religión de la postmodernidad: la tecnología.
Por eso, para el buen funcionamiento del conjunto social, la ironía, el disenso y la irreverencia están fuera de los manuales de buen comportamiento. Mirada por la familia humana con abierta hostilidad, la inteligencia, arrinconada en desolados pasillos del centro penitenciario, es adjetivada con sevicia.
Publicada en 1967, La Broma es sarcástico dicterio contra la URSS y el imperialismo en general. En sus prolijas páginas, una vez más, la naturaleza subversiva de la novela queda a la vista. De la mano de Kundera, el lector asiste atónito al baile de imposturas, donde la dignidad humana es un bien consumible. Esta idea recorre de principio a fin, como columna vertebral, la narración. La novela intenta descubrir los perversos engranajes del régimen que pretende encarnar la absoluta verdad. Tras cerrar el libro amargo gesto se dibuja en el rostro del lector: el humor está fuera de los sagrados decálogos de los sistemas totalitarios y riñe con las ínfulas mesiánicas de los gobiernos modernos. Un chiste político, hecho sin otra intención que conmocionar a una chiquilla, desencadena feroz reacción de las directivas del partido comunista checoslovaco y corta de tajo el promisorio futuro de un joven. Escéptico, Kundera ve con cautela las efusivas manifestaciones políticas de los nacionalismos europeos reconstruidos después de la barbarie nazi. Como decenios antes Orwell lo había denunciado, la invasión en 1968 de las fuerzas armadas soviéticas a Praga reveló el déspota rostro del estalinismo. En la actualidad, cuando el triunfante capitalismo se declara a si mismo panacea de los anhelos humanos y la globalización, dirigida desde las metrópolis culturales, es un hecho que se comprueba hasta el hartazgo en los más mínimos detalles cotidianos, la calamidad no se esconde en gélidas mazmorras siberianas si no en luminosas fachadas de centros comerciales. El ethos capitalista es, en palabras del siempre agudo Leonardo Boff, la mayor amenaza a la supervivencia de la humanidad en las calendas que corren. El consumo indiscriminado, en apariencia inofensivo acto ritual, se convirtió hace mucho en motor de la voraz explotación de los recursos naturales y en raíz de la opresión de miles de individuos del tercer mundo. Con polifónico canto de sirenas, el mercantilismo inventa mil formas de brindar consuelo a los consumidores por las tormentosas imágenes de hambre y guerra que siembra a su paso. La publicidad encuentra su mejor campo de maniobra en la elaboración de mensajes que intervienen la realidad con los cosméticos de la ignorancia. Los estudios de mercado, puntuales radiografías de la psique colectiva, son novísimo rostro del panóptico del poder. La convulsa y en algunos casos incontrolable marea de información que está disponible en la Internet, permite que, sin asomo de rubor, las sinuosas medidas de las modelos de Soho soslayen la crueldad de las fotos de Abu Ghraib. Con simple movimiento en el control del televisor se avizoran por igual el salvajismo de Guantánamo y la irreflexiva celebración de Las Vegas. El verso de una canción resume la encrucijada de un plumazo: “Nadie vio a los muertos de Irak en su pantalla/ ¿cuántos serán?/ ¿fuego artificial o bombas que estallan?/ se ven igual”.
La actual crisis financiera, que amenaza con aguarle la fiesta a más de un devoto del libre mercado, es resultado de la rapacidad de un sistema amoral que hunde en la miseria más absoluta a cientos de miles de seres humanos. La industria de armas alcanza cifras de utilidades que trasponen los lindes de la hipérbole. La hambruna, según datos de la FAO, azota con inclemencia a comunidades periféricas. Diagnóstico nada confortable, y lo peor es que en el panorama no se perciben presagios de cambio. Por mucho que se especule sobre las medidas del gobierno de Obama, ningún presidente, por poderosa que sea la nación que dirija, es capaz de alterar el rumbo de todo el planeta. No en vano los muros de la casa que hoy ocupa fueron levantados con la sangre de esclavos negros.
Muchos actos gubernamentales son presentados por los oficiantes de la información como esfuerzos por elevar el nivel de vida de las sociedades marginadas. Vistosos anzuelos lanzados a la marejada de la opinión pública para distraer la consciencia de los ciudadanos y dormir el criterio de los disidentes. Nunca antes en su agitada historia la humanidad padeció régimen tan opresivo y arbitrario como el actual. La tecnificación de hasta los más pequeños actos domésticos y la imposición de un imaginario de vida y éxito basado exclusivamente en la cantidad de dinero que se tenga en la cuenta del banco, es la esclavitud propia de la postmodernidad, donde cepo y grillete fueron sustituidos por los vacuos oropeles del mercadeo. La virtud se redujo al pasivo cumplimiento de preceptos de una ética deleznable. Belleza y consumo son caras de la moneda que marcó el triunfo de la frivolidad.
Cuando Siddhartha encaró la situación de nuestra naturaleza y dejó de lado los abismales prejuicios de su padre sobre el mundo, la ruptura con un pobre pasado cultural que amordazaba su consciencia se produjo. Escapó del confortable abrazo de la crisálida y se transformó en ligera mariposa búdica gracias a su decisión de asumir la realidad circundante y no esconderse en las tibias faldas del escapismo.
Es hora de atarse al mástil de la nave como lo hiciera el errante Ulises para no ceder ante las tentadoras baladas de las embusteras sirenas. Asumir el inquietante riesgo de pensar sin catecismos a la mano y corroer los basamentos del status quo es la única senda que el ciudadano responsable transita en los vertiginosos tiempos del absoluto reinado de la estética mediática y la nefasta administración de Uribe. Proponer una lectura social que tome en cuenta las vivencias de los marginados del establecimiento es el primer paso para revertir la cronología infame de Occidente. Nada más lejano al inane dios colgado en la cruz que la colérica embestida de Jesús contra los traficantes religiosos días antes de la fiesta pascual.
Versículo: la mentalidad industrial de los medios de información ve a las noticias como espejismos fugaces que se deslíen en páginas de viejos periódicos. Un acontecimiento de actualidad en fracción de segundo es lanzado a los agujeros de la amnesia colectiva. La opinión pública no tiene tiempo para la meditación. El éxito del gobierno de Álvaro Uribe se debe en gran medida a este hecho. Pasarán meses, si no es que años, y la simplista idea de que ésta es la mejor administración nacional de la historia republicana del país seguirá rigiendo a sus anchas el espíritu del pueblo colombiano. Ojala que al éste despertar de su letargo que lleva siete años, no sea demasiado tarde para corregir el rumbo. Esta administración pasará a la historia como una presidencia autoritaria que se escudó en la eliminación de la insurgencia para privatizar las instituciones públicas y hacer de los derechos elementales a la salud y educación burdas actividades con intención de lucro. El actual mandatario, con su particular estilo de administrar, será recordado como sistemático violador de los convenios políticos sin los cuales la democracia es impensable. Álvaro Uribe no aceptó notas discordantes en la sinfonía nacional. Dirigió el destino político de 44 millones de colombianos con la tiranía de un prepotente hacendado, dirán los ciudadanos del futuro.

jueves, 12 de marzo de 2009

Poema de la penuria

“Su padre estaba afuera/ mi negra salió corriendo.
Yo me escondí en la bañera”
Suelto el lápiz. Mimos. Zapatos traviesos.
Camina por el abismo. Los niños corretean por la acera de enfrente. Hilos de memoria. Vestido de baño.
Plumas de pollitos.
Tengo reseca la garganta, preferiría un poco de agua. Prende la tele que no tarda en comenzar el noticiero. Tamborilea con una moneda. Hago monerías. No puedo evitar que la baba se derrame. Insolencia. Risita. Sólo quiero que la niña crezca sana.
No importa que seas una mariposa caníbal. Mi seso es exquisito.
Termitas embusteras. Autopista. Soslayo, adjetivo. Peceras. La falsa historia del policía muerto. Me duelen los ojos y las rodillas,
Inanición.
Antes de irse tuvo el buen gesto de dejar una nota sobre el comedor.
En ella decía que se había cansado de esperar
el poema que le prometí la noche en que nos conocimos.
Sabes que nunca dejaras de ser un escritor de baja estofa.
Tardaras toda esta vida en escribir unas líneas que valgan la pena.
Tus libros sólo serán leídos por tu grupo de amigos.
Y, si tienes algo de suerte, aparecerás en una antología de dudosa calidad, donde se dirá que fuiste un poeta menor
Me atoro con una ración de moscas.
Berrido.
Recetas culinarias. Mi mano crepita en tu nariz.
Nada
más (
Por ahora
).

martes, 24 de febrero de 2009

Planetas de Plastilina:

Algunas notas sobre cultura y educación. Por Ángel Castaño Guzmán

Hace meses, mientras caminaba por el agitado centro de la ciudad de Armenia, decidí revivir por algunos instantes mis tiempos de escolar. Traer al presente las angustiosas tareas de dibujo técnico y los siempre agotadores ejercicios del verbo To be. Caminé, vadeando la marejada de cuerpos apiñados, hasta el paradero de buses de la carrera 19, frente al viejo edificio de Telecom.


Apresurados, un par de ancianos casi fueron levantados por un motociclista que violó el semáforo en rojo. En las ventanillas de los buses, centenares de rostros anónimos miraban con desgano la cintilla de asfalto. Agrietada, la carretera es testimonio elocuente de las improvisadas medidas administrativas de un alcalde de ingrato recuerdo. Paré al azar una de las tantas rutas de transporte urbano. Busqué, con rápido vistazo, puesto libre. Oleada de cotilleos llegó a mis oídos mientras iba hasta el lugar escogido. Unas jovencitas, sentadas en el fondo del bus, entre risas presumían de sus amores. Coqueta, una morena con el pelo en dos trenzas y labios pintados a la ligera, contaba, no exenta de orgullo, las travesuras del día anterior. Se había fugado de las clases para ir a dar una vuelta en la motocicleta de su novio. La expedición terminó, entre copas y besos clandestinos, en la discoteca de moda. Las demás sonrieron, más complacidas en mi mal disimulado interés que en las travesuras de su compañera. Se apearon a los pocos minutos a la entrada de un colegio oficial. Las seguí. Alcancé a escuchar, antes que se internaran en la algarabía de un salón de clases, que esa tarde irían a pasear de mano con sus romeos.

Con una falsa reunión de padres de familia justifiqué mi presencia en los corredores del colegio ante el diligente celador que se acercó al ver mi consternación frente a una multitud de niños que se precipitaba al patio tras el timbre del recreo. Deambulé un poco hasta encontrar, en el fondo de un corredor de paredes blancas, la entrada a la biblioteca. Alineadas en tres filas de cuatro en fondo, las mesas, con las sillas encima, al recinto daban aire de sala de espera. Un señor de gruesos anteojos y mostacho cervantino, enfundado en una raída bata azul, limpiaba con trapo rojo la superficie de una mesa. Desde hacía algunos minutos una duda lexicográfica se había incrustado en mis pensamientos. Le pedí la más reciente edición de la Enciclopedia Salvat. Desconcertado, movió la cabeza de un lado al otro. Me escrutó con interés, repasando cada pliegue de mi cara, intentando descifrar qué raro espécimen se encontraba delante. Antes que iniciara el previsible discurso sobre los exiguos fondos de la educación pública, solicité cualquier enciclopedia, abochornado por una situación que, si no tomaba medidas, se me iba a escapar de las manos.

Tomó aire y, con tono calculado, dijo: el único ejemplar lo tiene el profesor de geografía. Bueno, si quiere, por ahí tengo unas fotocopias, las que usan los alumnos. Agradecí con leve ademán. Me pasó un grueso legajo de hojas con las puntas dobladas; amarillas, más que por el uso, por la humedad de las paredes. Acomodé una silla en el rincón más alejado. Busqué en el índice las páginas dedicadas al sistema solar. Encontré el clásico esquema del sol como punto central y nueve planetas orbitando alrededor.

Leí un rato la explicación sobre los nombres de los satélites de Júpiter. El autor, un científico sueco contratado por la editorial para escribir los artículos concernientes a la física y la astronomía, traía a cuento su participación como actor secundario en un filme de Bergman. Dato curioso, que no dejé de apuntar en mi libreta. Llamadas como las amantes del dios principal del paraninfo romano, las lunas fueron descubiertas por Galileo en 1610. Alcé la vista. Un detalle atrajo poderosamente mi atención: en la pared del lado izquierdo, junto a unos mapas de Sudamérica, un dibujo hecho en plastilina desentonaba, por su cromatismo, con los pálidos carteles. Diez bolitas marrones giran en torno a una amarilla. Por entonces la Nasa no sabía nada de la existencia del décimo planeta, descubierto no hace mucho por potentes telescopios computarizados. La fantasía de miles de niños, reprobados por no repetir jaculatorias científicas, hacía rato lo tenía inventariado.

Salí de allí y no dejé de pensar en el astro de plastilina. En repentina secuencia de ideas lo vinculé con el hidalgo Quijote, caballero que, en contra del dogmatismo de su época, fue honesto con la 'realidad'. Cervantes, al develar la arbitraria relación de las palabras con el universo, vislumbró las contradicciones propias de la modernidad. No deja de ser paradójico que la educación formal, basada en el magisterio inapelable, tenga como paradigma al hombre que se burló de los axiomas de la narración caballeresca.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Reflexiones educativas en Clave Matzerath.

El colegio y la universidad, concebidos desde sus orígenes como espacios de conocimiento, son instituciones autoritarias, tiránicas en la forma cómo permiten que el individuo se acerque al saber y conciba el universo. Durante gran parte de la historia de Occidente el elemento lúdico ha sido marginado de los métodos de aprendizaje. La enseñanza convencional no promueve en los estudiantes la acción poética, creativa. Al hablar de lo poético no me refiero a la construcción rítmica de estructuras literarias. El conocimiento, palacio de corredores interminables y traslúcidas persianas, de falsas escotillas y pasadizos ocultos, donde todo encaja, como mecanismo de reloj, en la borgeana certeza de que los dioses están locos, escapa, por esencia, de la instrucción técnica. Conduce al individuo por los parajes pantagruélicos del humor. Es preferible, como anota el poeta Roca, pertenecer a la estirpe de Oscar, el niño del tambor, que estar en las filas del convencionalismo. Bien ha hecho al decir Leonardo Boff que la comprensión del mundo está más afinada en el poeta que en el científico clásico. Tal vez inspirado en la historia de San Agustín y el niño de la playa, Chesterton escribió que el bardo, con la candidez de un gorrión, quiere poner, por unos segundos, su cabeza en el cielo, mientras el científico, con voracidad que lo hace buscar explicaciones a todo, pretende meter el cielo en su cabeza. Éste disecciona y extrae leyes mecánicas, cartesianas. Aquel, por el contrario, vierte su asombro en canto y, al hacerlo, recrea al universo. El burócrata da información ataviada con los adornos del saber, mientras el poeta dibuja en las playas del lenguaje su visión del infinito, y si no estamos de acuerdo nos deja el pellejo intacto.

El centro educativo produce funcionarios del saber, que repiten leyes incuestionables, como lo hacían en el medioevo los alumnos de la inquisición. La vida forma poetas libertarios, nacidos de los rescoldos de la pira en la que Bruno no cedió. El problema educativo no se soluciona con doctorados ni maestrías. Ni mucho menos con intervenciones gubernamentales que se limiten a cambios mínimos en los currículos escolares. El camino empieza en reconocer que se necesitan cientos de planetas de plastilina y menos teoremas. El siglo pasado demostró que los programas ideológicos que se autoproclaman como únicos portavoces de la Verdad, que levantan barreras que encierran al individuo en oscuros callejones, son incapaces de tolerar el disenso y la ironía. La educación, por principio, debe darles a los ciudadanos las herramientas suficientes para evitar los siempre rutilantes señuelos de la guarnición, de los valores políticos intocables. Ninguna idea o proyecto político es tan valioso en si mismo como para prescindir de lo alcanzado en siglos de reflexión humanista. No existe idea más subversora del orden vigente que aquella que nos enfrenta con el espejo de nuestras miserias. Heráclito dijo que todo está en continuo movimiento. Parménides lo refutó al decir que todo está inmóvil. Ambos, si se mira con detenimiento, tenían razón. No hay dogmas, sólo formas de percepción.

Después de una breve conversación con el escritor Hugo Aparicio sobre el sentido utilitario que se le da a la lectura en los planteles educativos, llegué a la conclusión que, para formar ciudadanos lectores, es indispensable exigirle a las industrias mediáticas televisión de calidad. Es innegable que la sociedad moderna, a raíz de las revoluciones tecnológicas, cambió en esencia y contenido. Vivimos inmersos en el icono. El poder persuasivo de las imágenes de la caverna platónica nunca antes ocupó el lugar que detenta hoy. La apariencia desplaza al contenido. O, mejor, lo asimila. Quedan, apenas esbozados, temas que en un futuro no lejano marcarán las agendas educativas. ¿Cómo superar la naturaleza fundamentalista del discurso capitalista? ¿Cuál es el camino a seguir, las coordenadas a considerar, para articular orgánicamente la reflexión académica a la vida social del país? En fin, por ser el espacio tan breve, y por la misma importancia de tal empresa, me resta recordar la frase de Adorno, derrotero válido para la educación contemporánea: "la educación debe, sobre todo, evitar que Auschwitz se repita".

Ángel Castaño Guzmán.

jueves, 29 de enero de 2009

Sexo Virtual.

La historia de una menor que recibió propuestas indecentes por el Chat.

Abrió el chat. En clase había convenido con Andrea la hora en que ambas se conectarían. Cincuenta mensajes recibidos, casi todos cadenas de información y publicidad. Andrea inició la sesión con cuatro minutos de retraso. Mientras tanto, miró perfiles de las personas que pedían ser incluidas en la lista de contactos. Gente desconocida, casi toda cercana a sus amigas del colegio. Andrea la saludó con un comentario que la dejó de una sola pieza: Mario quiere hablar contigo. Mario era el niño que, días atrás, le había pedido que fuera su novia. Tímida, le dijo que esperara unos días, que lo iba a pensar. Consultó con la mamá. Ésta, al saber que el pretendiente era cuatro años mayor que la hija, la disuadió. Pero ella seguía interesada en él. “Mario tiene unos ojos muy bonitos, los más bonitos del colegio. Además sabe tratar a las mujeres con respeto. Es muy decente”.
El aviso de la conexión de Mario apareció en la pantalla del computador. Inició la conversación con pregunta casual. Miró la foto. Tenía razones para que las piernas le temblaran. Preguntó por un profesor del colegio y las tareas de geometría. Nada fuera de lo normal. Mario se excusó. Dijo que tenía que hacerle un mandado a la mamá, que en veinte minutos volvía. Insistente, miró el reloj cada tanto. El segundero, pesado, caminada con lentitud que exaspera. La pregunta de Mario, al reiniciar la sesión, la desconcertó: ¿qué llevas puesto? El uniforme del colegio. ¿Por qué no te lo quitas? Por qué debería hacerlo. Porque te lo pido”.
Extrañada, pensó que se trataba de un juego. La conversación cambió de cariz cuando Mario le dijo que estaba desnudo, que ella debería quitarse la ropa.
“Deseo que estés cerca, que te sientas bien a mi lado. Pasemos rico. Quiero darte un beso y tocarte las piernas.” A sus catorce años nadie le había insinuado nada parecido. Tres novios en el colegio y ninguno se sobrepasó. Ella, asustada, le dijo que se volviera serio, que la broma no tenía gracia. Alguien tocó la puerta. Abrió. Era Mario. Desorientada, le mostró la conversación. Él, furioso, le señaló como la dirección del correo era distinta a la suya. Al final un número de más. El desconocido que le propuso tener sexo virtual, seguía escribiendo lisonjas. Ella, al ver a Mario a su lado, cerró la sesión. Llamó a la mamá y le contó todo. Ésta, al conocer lo ocurrido, mandó a cancelar el servicio de Internet y acompaña a la hija cada que va a una café Internet.

sábado, 17 de enero de 2009

Dos relatos inanes

I
-A mi amigo imaginario no le gusta que hable con usted, doctor.
El niño se sienta en el diván. Se acerca a la biblioteca del consultorio. Toma un viejo libro de psicología experimental. Las letras, breve relámpagos negros, surcan las amarillas hojas. Saca el escalpelo.
- Dice que lo que hacemos no está bien. Que usted es un farsante.
Mira el retrato de una jovencita. Se pone la bata blanca y le dice al niño que se acueste de espaldas.
- Me dijo que no volviera. Que nada bueno…
Pide silencio. Apaga las luces. Un débil rayo de neón se cuela por la persiana. Cada vértebra se estremece al sentir la lengua lamiendo las lágrimas.
II
María Fernández vio al hombre de sus sueños conduciendo una camioneta Land Cruser. Rubio, de ojos azules y cuerpo de gimnasio, Fernando era el novio de una de sus compañeras. Paula, con sus moños de colores y camisas de cachorritos, había enamorado al hombre más guapo de la ciudad.
Cuando Paula vio el carro sintió derretirse cada músculo de su cara. Tenazas en los senos y llamas en los pies. El novio no deja de practicar con ella las recetas de Justine.

domingo, 4 de enero de 2009

Alegoria del Tiempo

LECTURA DE GARCÍA MARQUEZ
Por: Ángel Alberto Castaño
"La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina y contagia el amor" G.G.M.

Hace unos cuantos meses apareció en una revista de circulación nacional la historia de un hombre que dedica el tiempo que le deja libre su trabajo como corredor de bolsa a un particular hobby: coleccionar ediciones de Cien años de Soledad, la novela latinoamericana más leída en el mundo. Con las peculiares señas de dicha afición, y dejando de lado lo macondiano de la noticia, me atrevo a decir algunas cosas de ese opíparo banquete que resulta siendo la obra narrativa del que junto con Borges, según el criterio del novelista Norman Mailer, es el mejor escritor de la segunda mitad de siglo XX. Sigo con las anécdotas: en cierta ocasión, en una reunión improvisada con Leidy Bibiana Bernal y Umberto Senegal, editores de Cuadernos Negros, éste me dejó perplejo al decir que, para él, la novela Ursúa, del tolimense William Ospina, reúne elementos estilísticos y poéticos de un valor más alto de los que se podrían encontrar en Cien Años. Y digo que tal afirmación me desconcertó porque, como sabe todo el que haya leído cualquier texto suyo, Umberto es uno de los sobresalientes escritores de la región y, sobretodo, porque por aquel tiempo había culminado de leer Cien Años. Hipnotizado desde la frase del ambiguo fusilamiento del coronel Aureliano Buendía hasta la concepción del último del clan, el que es devorado por una legión de hormigas, minutos antes del paso del ciclón bíblico que arrasaría a Macondo desde sus cimientos, caminé por los psadizos de una construcción literaria formidable.
Ese embrujo, que describe Vargas Llosa en García Márquez: Historia de un deicidio, es el que ha atrapado a varias generaciones de lectores alrededor del mundo. Bien ha hecho al decir Juan Gustavo Cobo Borda que Cien Años, y por extensión toda la obra del hijo del telegrafista de Cataca, es una metáfora de la historia del país, y yo le puedo adicionar que esa metáfora se alimenta de la tradición oral, de los juglares vallenateros, de Francisco el Hombre, de la cultura popular, y de los relatos del coronel Nicolás Márquez, que esperó la pensión castrense hasta el día de su muerte y que jugaba ajedrez bajo la sombra de los palos de mango, con un belga de piel apergaminada, el fotógrafo del Amor en los tiempos del Cólera. García Márquez está en igual deuda con Faulkner y con los guajiros que su abuelo compraba como domésticos. Su narrativa es el testimonio colectivo de una sociedad que vive la latencia del terror en los actos más puros e inocentes. Siempre, en cada cuento o novela, hay un muerto notable: Macondo está muerto desde antes de su fundación por los designios inescrutables de un manuscrito; Agustín, el hijo del coronel que va todos los viernes al correo a ver si el estado se acordó de las promesas del armisticio de Neerlandia; Santiago Nasar, asesinado con la complicidad de todo un pueblo; Esteban, el ahogado que les hace ver a los parroquianos del innominado caserío lo patéticas que sus vidas son; la abuela desalmada de Eréndira; la mama grande, la mujer más rica de Macondo, sólo seguida de cerca por la viuda Montiel; Blacaman el malo, encerrado a perpetuidad por Blacaman el bueno, el de cara de bobo, en castigo por su sevicia; el solitario patriarca que, enredado en la manigua del poder, es carcomido por hordas de gallinazos; Bolívar, el desengañado libertador de cinco naciones en las que los gringos vienen a veranear, huele a carroña; en fin, la lista sería interminable, porque, como el mismo García Márquez lo ha reconocido, su obra se nutre del tanatológica novela Pedro Páramo, de Juan Rulfo.
Con el posicionamiento de Cien Años como el símbolo más vistoso del Boom, se marginan novelas de interesantes grados de experimentación técnica como El otoño del patriarca, puzzle conformado de piezas tan disimiles como el relato político y el poema modernista. El otoño no alcanzó las cien reediciones de Cien Años en Sudamericana, la editorial argentina que el 30 de mayo de 1967 hizo un home run con la salida al público de la cuarta novela del hasta entonces desconocido Gabriel José García Márquez, ex alumno de derecho de la universidad Nacional y compañero de clases de Camilo Torres.
García Márquez, antes de ser un novelista que incursiona en tan disímiles géneros como la crónica y el guión cinematográfico, es un narrador nato que toma lo que cada uno de éstos le ofrece para contar sus obsesiones: un pueblo sumido en el sopor del trópico, estacionado en las arenas inmóviles del tiempo. De ahí que su primer artículo periodístico, publicado en el Universal de Cartagena, tenga implícitos los temas que posteriormente desarrollaría en su novelística: el toque de queda (supresión política) y las medidas que toma la población del Caribe para burlar las medidas de los gélidos capitalinos. Uno intuye que dentro de esas primeras líneas ya existe el mensaje central de su narrativa: el amor, antídoto que redime al hombre del vacío impostergable de la muerte. Por eso vemos a Margarito Duarte cargar por años en las callejuelas de Roma la valija que hace las veces de féretro de su hija. Es significativa la relectura que le hace el mismo Gabo a la historia cuando, de la mano de Lisandro Duque, la lleva al cine. En el final de la película, el amor de Margarito devuelve la vida a su pequeña. Y qué no decir de la conversión del senador Onésimo Sánchez por las artes de una fémina frutal llamada Laura Farina. El senador, en una gira política que busca su reelección, despliega ante los ojos de los lugareños un montaje teatral que incluye barcos de papel maché y casas de cartón. Pero es el amor, encarnado en Laura Farina, el que desconcierta al político, seis meses y onces días antes de su muerte. Un ser encerrado en si mismo se abre. El sátiro empedernido declina en su intención de abrir el candado que guarda el sexo de Laura Farina. G.G.M., es un universo poblado por seres mágicos que levitan por el solo hecho de hacer rabiar a Newton y que son ametrallados en una plaza, ante los ojos de todo el mundo, y sin que nadie diga: esta boca es mía.