miércoles, 15 de abril de 2009

El diario de los dioses.

Por: Ángel Castaño Guzmán
Hace un cuarto de siglo, al conocer la noticia de la muerte de Julio Cortázar, Carlos Fuentes telefoneó a Gabriel García Márquez a su residencia de La Habana. Al otro lado de la línea, tras comentar los pormenores del acontecimiento, el escritor mexicano le oyó decir al Nóbel una frase que bien podría resumir cualquier investigación sobre la calidad informativa de los medios de comunicación: no creas todo lo que lees en los periódicos. Reportero avezado, Gabo retrató con fidelidad los secretos de las salas de redacción. El escepticismo que el apotegma encierra es apenas natural en una sociedad como la colombiana, cuya realidad hace rato traspuso los linderos de la hipérbole. Los periodistas, oficiantes de la información, son testigos de primera fila de los eventos que en los últimos 50 años han constituido la identidad del país. Tahúres de la imagen, dan a conocer por igual las desmesuras de la barbarie y los oropeles de las pasarelas. Sin distinción, las curvas de la ninfa sensación de la industria musical están a escasos centímetros de la más bizarra crónica roja. Caldero de mezclas alucinantes, las páginas de los periódicos y los informativos radiales son radiografía de la psique nacional. Leerlos es escarbar en lo más íntimo del inconsciente, bucear en los arrecifes de la colombianidad.
El periodismo, oficio de innegables compromisos democráticos, es para muchos, entre ellos Albert Camus y Ryszard Kapuscinski, el mejor de todos. Da las coordenadas que sitúan al ciudadano en el agitado mundo de la posmodernidad y alimenta las opiniones que éste elabora acerca de los temas de interés general. Pocas cosas lesionan con más contundencia a la democracia que una prensa obnubilada por los fuegos de artificio del poder.
Temas frívolos ocupan el mismo espacio en las agendas noticiosas que los dramas de una nación inmersa en la violencia. Por eso es tan apremiante que la academia le provea a la población elementos básicos para examinar con cuidado los discursos periodísticos. Promover lectores capaces de encontrar los recónditos engranajes de las noticias es el deber impostergable de la comunicación social. Hasta el momento pocos son los movimientos en esta dirección. En saldo rojo con la sociedad están los medios de información y la educación formal. Los primeros por no conservar la neutralidad necesaria para informar con rigor y honestidad. La segunda por la evidente ruptura que hay entre sus investigaciones y el país de carne y hueso.
Leer el periódico, ver tele noticieros o encender el radio son liturgias cotidianas del ciudadano moderno. Pan diario, la información está presente en todos los ámbitos de la sociedad globalizada. De ahí la importancia de no arrojar las perlas a los cerdos o encumbrar dioses de cartón.