domingo, 9 de noviembre de 2008

Rapsodia principal

Hace unos días encontré una vieja edición de Poetintos, la primera en la que apareció una colaboración mia. El fósil, como todos, quedó en manos de la unica persona que colecciona mis disparates.

La historia, más o menos, es la siguiente: Leito, un rapsoda de mierda, se paseaba por las calles principales de un pueblo quindiano conocido como la cuna de los poetas. Llevaba anidada en los tuétanos una desidia existencial astronómica. La razón: Leito pertenecía a un aquelarre de poetas descafeinados, que se reunía en un café central. Eran los únicos lectores de sus propios sonetos, versos antediluvianos, y canciones clásicas. Algunos eran nerudianos, otros piedracielistas; Leito creía ser dadaísta, pero sus contertulios lo creían nadaista. Bueno, el grupo se acabó por falta de recursos humanos: Lucas, el promotor de las reuniones, se robó una plata y se fugó para Calí; Andrés, el que traía los libros al por mayor, se mudó para Venezuela, allá se volvió Chavista, y dejó la poesía de un lado; Jorge, el más nerudiano de todos, se murió después de una larga enfermedad intestinal; Leito, el más pequeño de todos, el más contestatario, el que creía que el manifiesto del partido comunista era un extenso poema, se dedicó a vagabundear.

Por esos días Leito se hizo amigo mío. Sigo con la historia: Leito se encontró conque el parque del pueblo estaba siendo remodelado. El polvo del trabajo de los obreros le ensuciaba la cabellera. Estaba jodido. Luís, un amigo de la infancia, lo llevó a ver el afiche de Andrés Caicedo, el que estaba pegado en una de las vitrinas de la alcaldía municipal. Leito había leído la obra de Andrés, le parecía interesante, contradictoria; le había escrito un pequeño poema: “Andrés, brontosuario de la nicotina y el vodka/ merodeas en mis sueños subterráneos”

Leito no perdió la oportunidad de susurrarlo frente a la cara de Andrés. Al terminarlo espero la reacción, pero Andrés seguía impasible, con una sonrisa de oreja a oreja, pensando en la muerte y en el cine. Leito miro a Luís, le dijo, este cabrón era un genio. Si, si era un genio, le respondió Luís para salir del paso. Leito continúo con la tristeza aguzada. Me buscó, llegó a mi casa a la media noche, tocó como un loco la puerta, iba drogado. Le di un vaso con agua. Leito me contó la historia de cómo Andrés, el suicida caleño, el que inspiró a un teatrero para montar su novela en Calarcá, se le había reído en la cara. Le dije, medio en broma, que así era Andrés, un loco errático que se mató después de haber conversado con Héctor Lavoe, otro suicida triste.

Ángel Castaño

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