lunes, 3 de noviembre de 2008

Historias de Pantys y medias velada.

Un juego escolar, cambió radicalmente sus preferencias sexuales. Relato de una lesbiana.

Las seguía al baño del colegio. Mientras se arreglaban el peinado, les miraba los tobillos. Sentía placer. En una ocasión, los demás estaban en clase de física, le pidió a su mejor amiga quitarse las medias. La miró divertida y se quitó las suyas. Cerraron la puerta con pasador y abrieron el grifo. Se llevó el pie a la boca y, con la lengua, recorrió cada dedo. Subió la mano hasta el muslo. La amiga la imitó. El timbre del descanso las sorprendió con las bragas en el suelo. “Pensó que era un juego. Algo de niñas. En un principio también yo lo pensé. Es más, no sé muy bien qué fue. Sólo le besé los pies y las piernas.”
María tuvo tres novios en el colegio. Francisco, el más guapo de los tres, se quejaba de su comportamiento. “Prefieres estar con tus amigas. Yo estoy en un segundo plano, me decía. No le paré muchas bolas. Era lindo, pero no me gustaba.”, dice.
El primer beso con una mujer se lo dio jugando a la botella. “Nos sentamos en un parque y con una botella de cerveza nos pusimos a jugar. Las dos estábamos bebidas. El beso fue rápido, sólo de labios. No pasó de ahí. Muy peladitas éramos. Ella ahora es mamá y viene cada rato, con el marido, a visitarme. No es que fuera mejor al beso de los hombres. Era lo mismo, pero… no sé, sentí alivio. Nada de remordimientos.”
Trabaja como secretaria en una oficina del centro y sonríe cada vez que alguien le pregunta si no piensa casarse. Pocas personas saben de sus preferencias sexuales. “Lo más complicado fue decirle a mi mamá. Ella nunca pensó que yo fuera así. Ahora, con el paso del tiempo, ya lo acepta. Alguien le contó que yo me besaba en un parque con una niña del norte. Ella fue. Vio y me trajo a palos. La gente apenas miraba. Pensé que me iba a matar. En una esquina, me soltó y se sentó en el suelo. Lloró toda la tarde. Nunca más volvió a hablar de ello”.
Hija de madre soltera, María evita hablar del papá. “Mi papá se fue para los Estados Unidos y nunca supimos más de él. El plan era que el se ponía a trabajar y le enviaba el pasaje a mi mamá. Lleva esperándolo 32 años.”
Rubia, cuerpo de gimnasio y 1.76 de estatura, ganó un concurso de baile disfrazada de hombre. “Me recogí el cabello, me puse un pantalón, una camisa xl y concursé. La novia que tenía por ese tiempo era caleña. Quería concursar y me convenció. Ganamos porque éramos muy sueltas. Mientras los demás hacían las mismas piruetas, nosotras inventamos la coreografía. Ella estudia teatro y eso nos ayudó mucho.”
Los tabúes sobre las inclinaciones sexuales le disgustan. “La gente piensa que el mundo es negro o blanco. Creo que al país le falta mucho para ser una verdadera democracia. Si yo hiciera públicas mis inclinaciones, la gente del trabajo, los vecinos, los que creen conocerme, se asombrarían. Me mirarían raro. No creo que haya que juzgar a la gente. Mi sexualidad es tan normal como la de cualquiera. Eso debería saberlo la gente. No me gusta que a uno le digan ‘arepera’. La gente pide la paz, pero margina a los diferentes.” Por el momento no tiene pareja. Pasa el tiempo libre con sus amigas. Coqueta, desdeña las intenciones de los hombres con amabilidad. “Lo más chistoso de la rumba es cuando salgo a bailar con un hombre. Le dicen a uno cosas al oído, pero se quedan de una pieza cuando les digo que no, que tengo tres hijos y un marido celoso. Les miento. Es gracioso.”

El nombre de la protagonista fue cambiado por solicitud suya.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gusto la historia. Creo que uno de los deberes de quienes nos apasiona la escritura es ser incluyentes y contar aquellas historias un tanto furtivas pero que, sin duda, nos ayuda reconocer nuestra condición misma de seres humanos.