miércoles, 27 de enero de 2010

BONSÁI

Hace algunos meses, mientras el pueblo se alistaba para las maratones etílicas de las fiestas aniversarias, en un café cercano a la plaza principal presencié una conversación entre Óscar Zapata y Hugo Aparicio sobre el origen del apelativo típico del municipio: cuna de poetas. Óscar, con la precisión del francotirador, anotó: Calarcá es la cuna y Senegal, la mano que la mece. Cualquier lector atento de la producción libresca del departamento sabe de sobra que Humberto Senegal es el prologuista más solicitado de la comarca, además de, en palabras de Héctor Ocampo Marín, un muy activo hombre de letras.

Desventurados los mansos, el primer libro publicado de Humberto, termina con una alevosa cita de Cornelius Lippman: "He decidido renunciar como miembro de la raza humana…" En esos nueve relatos, fragmentos de la nunca editada Casona, el escritor caciqueño rompe con una tradición narrativa signada por la añoranza de la vida en el campo. Aunque la acción transcurre en el imaginario caserío de Bumba, es la pobreza y el desamparo gubernamental el implícito escenario de los dramas. Con marcado acento rulfiano, los personajes cuentan a un silencioso interlocutor sus historias marcadas por la tragedia. Un permisivo anciano arranca flores con cara de sapo triste de la tumba de su hijo y relata los interminables cotilleos de los vecinos. En otra parte, el padre, la madre y la hija tejen un sombrío mosaico con los finos hilos de las penurias. La presencia del fabulador de Comala se hace más patente en el alucinado monólogo de un homicida. En efecto, el bobito de Bumba es un atinado facsímil del Macario del Llano en llamas. Las imágenes y el tono hacen de la pieza la mejor del conjunto: un jardín abonado con fetos es una estampa difícil de olvidar. Por el contrario, la Japonesita es la menos lograda. El nombre de la putica de José Donoso no sirvió para darle verosimilitud a una ingenua anécdota. Hay frases memorables: "midiós es trabajo y es pan y es tranquilidad y son los hijos con el buche lleno". Las figuras del alcalde y el cura son vilipendiadas hasta reducirlas a escombros. Apenas el primer piso de un edificio de corredores sinuosos y ocultas escotillas. El siguiente son irónicas viñetas, escritas con la prosa light de las revistas de variedades. El desfile otoño-invierno de la colección Cardin, las dos vidas de Carolina de Mónaco, la escogencia del virus apropiado para una enfermedad elegante, los cuidados necesarios para evitar que las perlas, símbolo de alcurnia y hermosura, se mueran de tristeza, son aderezos de la fatuidad. La azotea es un memorial de ofensas, el macabro prontuario de la burguesía que Senegal condenó en la dedicatoria.

Después del acierto de Desventurados los mansos, la cuentística de Humberto viró hacía los temas espiritualistas de Oriente. En Termita, una sobresaliente revista cultural, publicó una serie de parábolas de corte místico. Con el paso de los años, y luego de quitarle la hache a su nombre, se entregó casi por completo a un subgénero exótico bautizado por él mismo como cuento atómico. Asombra que no lo nombrara Bonsái, rótulo perfecto para textos que no superan las 20 palabras. Su más reciente trabajo es un cuaderno de narraciones breves titulado Visitantes. Ningún vestigio de la compleja oralidad de su opera prima se percibe en la actual escritura del vate calarqueño. Sin lugar a dudas, Desventurados los mansos merece una segunda impresión.

Senegal, Humberto. 1977. Desventurados los mansos. Litografía Quingráficas

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