miércoles, 18 de febrero de 2009

Reflexiones educativas en Clave Matzerath.

El colegio y la universidad, concebidos desde sus orígenes como espacios de conocimiento, son instituciones autoritarias, tiránicas en la forma cómo permiten que el individuo se acerque al saber y conciba el universo. Durante gran parte de la historia de Occidente el elemento lúdico ha sido marginado de los métodos de aprendizaje. La enseñanza convencional no promueve en los estudiantes la acción poética, creativa. Al hablar de lo poético no me refiero a la construcción rítmica de estructuras literarias. El conocimiento, palacio de corredores interminables y traslúcidas persianas, de falsas escotillas y pasadizos ocultos, donde todo encaja, como mecanismo de reloj, en la borgeana certeza de que los dioses están locos, escapa, por esencia, de la instrucción técnica. Conduce al individuo por los parajes pantagruélicos del humor. Es preferible, como anota el poeta Roca, pertenecer a la estirpe de Oscar, el niño del tambor, que estar en las filas del convencionalismo. Bien ha hecho al decir Leonardo Boff que la comprensión del mundo está más afinada en el poeta que en el científico clásico. Tal vez inspirado en la historia de San Agustín y el niño de la playa, Chesterton escribió que el bardo, con la candidez de un gorrión, quiere poner, por unos segundos, su cabeza en el cielo, mientras el científico, con voracidad que lo hace buscar explicaciones a todo, pretende meter el cielo en su cabeza. Éste disecciona y extrae leyes mecánicas, cartesianas. Aquel, por el contrario, vierte su asombro en canto y, al hacerlo, recrea al universo. El burócrata da información ataviada con los adornos del saber, mientras el poeta dibuja en las playas del lenguaje su visión del infinito, y si no estamos de acuerdo nos deja el pellejo intacto.

El centro educativo produce funcionarios del saber, que repiten leyes incuestionables, como lo hacían en el medioevo los alumnos de la inquisición. La vida forma poetas libertarios, nacidos de los rescoldos de la pira en la que Bruno no cedió. El problema educativo no se soluciona con doctorados ni maestrías. Ni mucho menos con intervenciones gubernamentales que se limiten a cambios mínimos en los currículos escolares. El camino empieza en reconocer que se necesitan cientos de planetas de plastilina y menos teoremas. El siglo pasado demostró que los programas ideológicos que se autoproclaman como únicos portavoces de la Verdad, que levantan barreras que encierran al individuo en oscuros callejones, son incapaces de tolerar el disenso y la ironía. La educación, por principio, debe darles a los ciudadanos las herramientas suficientes para evitar los siempre rutilantes señuelos de la guarnición, de los valores políticos intocables. Ninguna idea o proyecto político es tan valioso en si mismo como para prescindir de lo alcanzado en siglos de reflexión humanista. No existe idea más subversora del orden vigente que aquella que nos enfrenta con el espejo de nuestras miserias. Heráclito dijo que todo está en continuo movimiento. Parménides lo refutó al decir que todo está inmóvil. Ambos, si se mira con detenimiento, tenían razón. No hay dogmas, sólo formas de percepción.

Después de una breve conversación con el escritor Hugo Aparicio sobre el sentido utilitario que se le da a la lectura en los planteles educativos, llegué a la conclusión que, para formar ciudadanos lectores, es indispensable exigirle a las industrias mediáticas televisión de calidad. Es innegable que la sociedad moderna, a raíz de las revoluciones tecnológicas, cambió en esencia y contenido. Vivimos inmersos en el icono. El poder persuasivo de las imágenes de la caverna platónica nunca antes ocupó el lugar que detenta hoy. La apariencia desplaza al contenido. O, mejor, lo asimila. Quedan, apenas esbozados, temas que en un futuro no lejano marcarán las agendas educativas. ¿Cómo superar la naturaleza fundamentalista del discurso capitalista? ¿Cuál es el camino a seguir, las coordenadas a considerar, para articular orgánicamente la reflexión académica a la vida social del país? En fin, por ser el espacio tan breve, y por la misma importancia de tal empresa, me resta recordar la frase de Adorno, derrotero válido para la educación contemporánea: "la educación debe, sobre todo, evitar que Auschwitz se repita".

Ángel Castaño Guzmán.

2 comentarios:

Flores Literarias dijo...

tienes una capacidad de redacción espléndida. Sigo creyendo en la sabiduria de Pink floyd:
Teachers leave the kids alone.

danieljq dijo...

Este texto me pareció muy interesante, muy claro y llevado con las palabras necesarias. Un saludo.