jueves, 25 de septiembre de 2008

De las pelis de Birri hasta las plataformas políticas.

Adaptar un texto literario a las exigencias del cine conlleva riesgos que pocos cineastas son capaces de superar. Son muchos los buenos ejercicios verbales que al ser transformados en filmes pierden la sugestión original de las letras impresas. Pocas cosas son más frustrantes para el espectador que asistir al teatro, atraído por la reciente adaptación de x obra, y encontrar secuencias de imágenes vacías, remedos de las que nacen al tener el libro en las manos. Los industriales del séptimo arte ven en las películas un inmejorable pretexto para aumentar el saldo de sus cuentas corrientes y piensan, con razón, que en las obras literarias hay buenos argumentos e ideas de filmación. Los libros, en efecto, les ofrecen a los profesionales del cine escenarios interesantes para explorar temáticamente. El éxito de una adaptación cinematográfica estriba en la lectura que el director haga del texto. Uno, con poca experiencia, tratará de llevar a la pantalla las situaciones tal cual parecen en el libro. Dicha actitud, que podría parecer correcta, es la causante del fracaso de centenares de filmes. Tom Wolfe, uno de los padres del nuevo periodismo, decía, con mucho olfato, que el cine y la literatura, en lo único en que se diferencian, es en la sintaxis de la narración. Son caras distintas de la misma pasión, esa que acompaña al ser humano desde las cavernas: la construcción simbólica de mundos posibles. Suma utilidad para el estudio cultural establecer la cronología y las distintas etapas evolutivas que conectan los mitos religiosos con los más recientes vídeos clips de Mtv. Existe un parentesco cercano entre las canciones populares, que narran acontecimientos importantes, con los mitos religiosos fundacionales. Suena a herejía pero es cierto: la Biblia, el Corán, el manifiesto comunista, las enseñanzas de Buda, El ser y la Nada, son ascendientes directos de los poemas punk y las noticias de cualquier diario. La necesidad de narrar es igual en todos los casos.

* Psicosis, la famosa película de Alfred Hitchcock, basada en un texto homónimo del genial novelista Robert Bloch, muestra que las obsesiones humanas, manejadas con talento, son útiles para cualquier género de relato. Los rituales sociales del Homo demens van de la mano con la narración. No hay diferencia insalvable entre las diversas formas de expresión. Las novelas, los poemas, el teatro, pertenecen a la familia del enunciado comunicativo, al lado de la filosofía, el cine, el amor, etc. Fracasa el mestizaje de los géneros por las frágiles puestas en escena. Ejemplo interesante para reseñar: Un señor muy viejo con alas enormes, de Fernando Birri. Más que una adaptación del cuento garciamarquiano, la obra del argentino es una relectura de la situación del pueblo caribeño. El marcado ambiente onírico, añadido a las situaciones carnavalescas que Gabo propone en el texto, explícita el trágico carácter del tercer mundo. Ahora, ya que hemos mencionado al Nóbel colombiano, no sobra decir que Cien años de Soledad actualiza la idea del eterno retorno, pensada por los griegos y retomada en el siglo XIX por el pensador germano Friedrich Nietzsche.

*Los relatos son, en esencia, reelaboraciones verbales de las situaciones cotidianas de alguna comunidad. Se puede entender la psique de un pueblo a través de sus formas de expresión artística. Uno de los más graves inconvenientes que plantea el discurso simbólico de las metrópolis capitalistas es, precisamente, la supresión de las culturas periféricas. El aparato mediático mundial, construido bajo las coordenadas de multinacionales, transforma su visión del mundo en la políticamente aceptada. Ante esta realidad, es urgente estrechar los lazos afectivos en la ciudadanía. Es inquietante que las democracias modernas estén construidas sobre el presupuesto del voyerismo. El ciudadano cumple la función política de observar pasivamente los movimientos del poder. Al respecto resulta clarividente la canción Demoliendo Hoteles del músico argentino Charly García: “Yo que crecí con Videla / yo que nací sin poder/ yo que luché por la libertad/ pero nunca la puede tener.” Las personas de a pie están alejadas de las esferas en donde se decide el destino del mundo. A aquellas sólo les queda resistir desde la cultura, visibilizando vivencias y compartiendo experiencias. “Estamos ante una propuesta estética que está dando un giro hacia lo político... lo estético se va convirtiendo en una manifestación política y una confrontación del poder” (Silva, 2000). Frente a las nuevas dinámicas sociales, en donde los roles y gustos de la población están determinados desde las órbitas del poder, es lugar común decir que los medios masivos de información han sustituido a la institución educativa en su papel de epicentro cultural. Es paradójico que, mientras las narrativas de los colectivos de identidad y los grupos urbanos se distancian de las estructuras dominantes: religión convencional, política ancestral, escuela magisterial, se acerquen a los mass media. La popularización de los blogs y la contundencia de redes como facebook, Hi5 y Mercado Libre son señas inequívocas de la democratización de la información. Cualquiera, en cualquier lugar del planeta, puede poner a circular por la Internet el contenido que quiera. Nunca antes, ni siquiera con las tesis del neoliberalismo económico, se pudo ver tan clara la aldea global. Un vistazo rápido al panorama de los medios de comunicación, mejor llamados canales de formación, deja entrever los componentes de la hegemonía. Los intereses comerciales de los propietarios de las industrias noticiosas crean directrices simbólicas que el ciudadano, en muchos casos, no está en capacidad de interpretar. Es recurrente, en las sociedades post-coloniales, que los medios masivos sean propiedad de conglomerados financieros. Cito el caso colombiano: los dos canales televisivos y radiofónicos con más audiencia pertenecen a portafolios corporativos. Los rituales sociales de aglutinar y cohesionar al grueso de la sociedad bajo presupuestos casi siempre ideados por los oficiantes de las decisiones políticas, son ahora ejercidos con sustancial eficacia por los medios masivos. En un país como Colombia, en el que, como nos recordaba Jesús Martín-Barbero, la población carece de espacios de expresión política, la formación de ciudadanos es una necesidad de primer orden.

Tareas pendientes para la construcción de la democracia: la consolidación de la educación como espacio de encuentro y la estructuración de la ciudadanía como relato de poder alternativo.

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