jueves, 25 de septiembre de 2008

Zoografía

Plumiferus ocasionalus. (Mejor conocido como tinterillo).

A falta de evidencias taxidermicas, el único registro con que cuenta la mastozoología para clasificar al Plumiferus son los testimonios de algunos parroquianos, reunidos por la CRC en el libro Formas verticales, mini narradores. La primera referencia literaria que se tiene del mamífero está en una nota pie de página de las memorias de Gonzalo Guzmán, jefe de enfermeros del hospital San Vicente de Paúl de Circasia. Cuenta que un campesino de la vereda Palo Alto le llevó enjaulado un extraño animal, de ojos saltones y pelaje azabache. Años de literatura popular tejen la silueta del bípedo, tema favorito de novelistas sin pretensión. En Carmené: genealogía de Darwin a McDonalds, importante estudio de la fauna urbana del Tercer mundo, publicado originalmente por entregas en varias revistas de divulgación científica, entre ellas la prestigiosa News Fluís, y compendiado por el Fondo Gorrión Ilustrado, con prólogo de Luis Bernal, se dice que, desde el punto de vista de la evolución, la existencia del Plumiferus ocasionalus es imposible. El problema radica, entre otras cosas, en el desconocimiento de ancestros directos de la especie. Ni la más remota idea del árbol genético del tinterillo se tiene. Sin embargo, algunos entendidos en el tema aseguran que es, por el momento, apresurado sacar conclusiones, sobretodo por la carencia de pruebas incuestionables. En lugar de cotilleo académico proponen, para saber de una buena vez la verdad, una expedición científica en busca de corredores biológicos o territorios en donde el animal se resguarde. Hasta el momento el semillero de ciencias naturales de la Universidad del Quindío no se ha pronunciado. Sopesando los argumentos de ambas partes, creemos útil la recolección de testimonios sobre el Plumiferus ocasionalus.

El tinterillo, por temporada de invierno, se refugia en los cafés de la ciudad. Apenas conteniendo el llanto, camina de un lado para el otro hasta encontrar sitio disponible. Se le ve en las mesas interiores, en compañía de alguna doncella, perorando, con aire de doctor, sobre la situación de la narrativa moderna en Latinoamérica. Cuando la lluvia se toma un respiro, los que están en celo se paran en la esquina de cualquier plaza a presumir sobre el último poema leído o sobre la genial idea de cuento que se les ocurrió al ver, de refilón, la pantorrilla de x señorita. Sus hábitos reproductivos, aunque digan lo contrario, están más cerca de Kafka que de Sade.

Son muchos los testimonios que se tienen de las presunciones eróticas del tinterillo, siendo el más conocido el de una vendedora de libros. De acuerdo a lo consignado en el folio 515 de la comisaría sexta de Armenia, un Plumiferus se acercó a una muchacha con la loable intención de ayudarla a cargar unas bolsas. En un descuido, la blusa de Lucia, así se llamaba la vendedora, se abrió más allá de lo permitido, dejando ver la firmeza de sus sandias. Fue el final de la caballerosidad del mamífero. Dejó caer las bolsas y, sujetando a la atemorizada muchacha por la cintura, soltó una retahíla de estrofas que iban desde Carranza hasta Spinetta. El funcionario encargado por el ministerio de transcribir las declaraciones de los implicados, en un alarde de cultura, tuvo el acierto de poner a un lado de los versos su procedencia intelectual. Las investigaciones se cancelaron por falta de antecedentes jurídicos, ningún juez consideró delictiva la anómala declaración de amor.

El Plumiferus gusta de lecturas simples, nada que contenga más de tres ideas por libro. Osho, desde luego, ocupa el primer lugar en sus afectos literarios. Se han encontrado varios ejemplares de Tónico para el alma en las ranuras de los árboles del parque Fundadores. Rechaza, por revulsivas, las canciones de Serú Giran. Mira con recelo a los nadacefalus. Escribe en los meses de mayo y junio, viviendo el resto del año a costa de sus incautas madres y algún crédulo amigo.

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