martes, 30 de septiembre de 2008

Apocalipsis expansivo

Perfil de la mujer: entre treinta a treinta y cinco años. Rubia, como las heroínas de los relatos policiales. Buenos pechos, cuidados con el celo de alguien que gasta mucho dinero en cremas exfoliantes y fajas reductoras. Las nalgas, algo fofas, no le restan sensualidad a un conjunto que es coronado por ojos que a más de uno le hicieron perder el aliento. Se llama Lucia, aunque preferiría llamarla Cindy o Carmené. Escribe poemas. No tiene hijos, pero si una profusa compilación de revistas en las que aparece Rock Hudson. Sabe de pe a pa la tabla de los elementos químicos. Piensa que el universo es tan ancho como el interior de una guitarra. Va a cine cada vez que quiere poner los pies sobre el espaldar de la silla de adelante. En los hoteles se registra con nombre falso. Un día es Brigitte Bardot y al siguiente María Félix. No sale a la calle antes de las tres de la tarde, y no se va a dormir sin antes ver los rasguños del amanecer. Come una sola vez por día. Escribió en el suelo de un bar: Veo por la ventana. Cóctel de imágenes. Llovizna. La lluvia, puñado de chapolitas. Le gusta bailar la Murga con los pies sobre los del parejo. Empapeló la pared de la cocina con los poemas que escribió en el bachillerato. Metáforas preñadas de desolación. Tristeza por los desayunos fríos y la sopa hirviendo.
Antes de iniciar el viaje, trabajaba los fines de semana en una pizzería del norte de Armenia. Entraba a las cinco y, casi siempre, salía a las diez p.m. Novia de un agente de tránsito, se lió con el mesero de un café. Lunes, martes y viernes visitaba moteles baratos con el primero. Miércoles, jueves y domingos, con el segundo. Los domingos salía a comer helado en el parque. Casi siempre iba sola.
Colecciona sellos postales y medallas religiosas. Antes de marcharse, le dejó a su compañera de cuarto una nota que decía: mira por la ventana, la noche es un rebaño de cocuyos. Te lo doy a cambio de que riegues, todos los martes, el pequeño cactus.

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