viernes, 3 de octubre de 2008

Perfil del hombre:

Mauricio estudia biología. Fuma. Ama a los hipopótamos y las golondrinas. Una vez le regaló a Natalia un cuento que hablaba de un científico que amaba a los murciélagos y las lagartijas. Extraña forma de querer: experimenta con especimenes vivos. Prolonga la agonía hasta extremos inauditos. Extraña forma de querer, le dijo Natalia mientras tomaban tinto. Mauricio no dijo media palabra. Caminaron hasta la plaza central. Se sentaron bajo la sombra de un guayacán. El sol agujereaba el follaje. A los días, tres golpecitos en la puerta. Un pequeño paquete. “Así te quiero yo… la vida nos va a reventar.” Cuando niño coleccionó la revista Selecciones. Llegó a tener 100 ejemplares. Al cumplir quince años, encendió una hoguera con ellos. Volutas amarillas trazaban círculos en el aire.

Para clase de Mastozoología escribió un texto por el que se hizo merecedor de una reprimenda académica y una patada en el culo. Dos opciones de fracaso, y ambas dejaron un tufillo de mierda. Sin entrar en consideraciones maquinales, por ser ajenas a su naturaleza, se sentó a meditar en el alfeizar de la ventana, con los pies colgando en el vacío. Mientras lamía el bombón pensó que sería muy chévere saltar, sentir como la gravedad lo llevaba al punto exacto. Cree que Julio Verne es el nombre que adoptó una logia de sabios escandinavos para, en libros de aparente fantasía, esconder sus descubrimientos de las miradas inquisidoras del Santo Oficio. Suele confundir lo que escribe con lo que lee. A los 13 años leyó en el periódico una noticia sobre la exhumación de los restos de Perón. Esa noche, mientras más se arrebujaba en las cobijas, el espectro del presidente argentino más nítido se volvía. Perón trataba decir algo, pero, en lugar de la altanera voz, un sonido de platos cayéndose rasgaba el silencio. A los 17 su papá lo invitó a ver los videos de unos partidos del Manchester United. Un hombrecito maniobraba con el balón. Zigzagueante, dejaba atrás a todos los defensas del equipo contrario. ¿Quién es, papá?, preguntó Mauricio. Dios en pantalones cortos: George Best. Tenía 17, la misma edad tuya. Ya es hora de que pienses qué vas a hacer con tu vida. Tenso silencio. Best corría en el televisor. Nada. Tal vez atracar bancos o vagabundear, respondió.

Desde que se enteró de la fuga, les envía cartas a todos los barrenderos de los terminales del país. Al principio algunos fueron reacios a la petición de Mauricio. Sin embargo, poco a poco se fue ganando la simpatía de todos. Les enviaba postales en los cumpleaños y dinero cuando sabía que se habían retrasado en el pago de alguna deuda. Sin importar que pocos lo conocieran en persona, su nombre se hizo famoso dentro del gremio. Varias historias se tejieron alrededor de su figura. El favor que les pedía era fácil, y todos estaban atentos para hacerlo: si la veían llegar (anexaba una fotografía) les pedía que le entregaran dos sobres.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es un texto, o como usted le llamaría "testo", que roza la línea de lo sugestivo. La historia es interesante. Sólo que me gustaría saber si estarías dispuesto a jugar un partidito de fútbol contra mí, a próposito de tus viejos tiempos como jugador del Villa Liliana fútbol club, y de los mios como centro delantero de los Talegos....