domingo, 12 de octubre de 2008

I.

Abrió la puerta trasera del Mazda rojo, sacó una carpeta llena de tiquetes de viaje. Estaciones semivacías y vagos recuerdos de compañeros de asiento. Ensalada insípida y jugo de naranja. Para no perder el gusto, un vaso de coñac cada 20 días. Táctica de seducción. Coqueta, se acerca al mostrador. Sonrisa afilada. En los ojos, semillas nocturnas. La victima, restregándose las manos, da gracias a dios por sus súbitos raptos de inspiración. Mesero, déle a la señorita lo que pida, y no se preocupe por el valor, yo pago. Ella, invariable, pide un coñac. Luego de bailar un rato, salen, ebrios de música. La noche los recibe con un marchito racimo de estrellas de neón. Van al cuarto. Comen panecillos. Ella, con la tranquilidad de saberse eterna, le muestra los deleites de la carne. Chupa el falo. Y se deja meter el dedo. Nada más.

Días atrás, mientras se maquillaba en un baño público, recibió dos sobres de manos de un extraño. En el más pequeño encontró una carta mecanografiada con la concisión del ultimátum. Restó importancia al contenido de la misiva, dejó el otro sobre sin abrir y se metió en la ducha. El agua, en geometría fractal, surca la piel elástica, los esquivos senos.

Viaja de un lugar a otro, sin itinerario, movida por el azar. En los primeros días escribió las impresiones que las ciudades le iban señalando. Sin embargo, con la perdida del equipaje en un pueblo ribereño, las palabras se hundieron en el mutismo. Sin cinco en los bolsillos, dormía cobijada con periódicos, bajo el alero de la luna. Hambrienta, buscó varios días en las orillas una embarcación que la llevara hasta Cartagena. Las lanchas, encalladas en un improvisado puerto, dejaban una sensación de malestar en el aire. El pueblo, abandonado por el recrudecimiento de la violencia, se caía a pedazos. Los pocos habitantes, casi todos afrodescendientes, cultivaban chontaduro. Un viejo caserón, corroído por la vegetación, servía como despacho municipal y guarnición militar. Tres soldados, bajo las órdenes de un teniente caído en desgracia, custodiaban el tráfico comercial. El capitán de un pequeño carguero panameño accedió a transportarla después de que le demostrara sus aptitudes en la cama. Noches enteras, mecidos por la corriente del río, los cuerpos se juntaron en abluciones cultuales a Eros. El capitán confió el mando de la tripulación al contramaestre. En la semana que duró el viaje, no salió del camarote ni un solo instante. Al llegar a Cartagena, le pidió que lo acompañara, como capitana de su corazón, hasta el puerto de Estigia. No aceptó. Mientras se ponía las medias veladas, se burló del capitán. No sea ingenuo, con usted uno se duerme tirando.

El sobre abandonado no traía remitente, por lo que pensó que era una broma de alguno de sus amantes. Puede contener una extorsión. El video de seguridad de un banco. Una esquela mortuoria o el recorte de un periódico. El resultado del análisis de tejidos nerviosos. Una prueba de embarazo.

2 comentarios:

Daniel Rivera Marín dijo...

YA SÉ QUE LE GUSTAN LOS MAZDAS.

Julibelula dijo...

Este ha sido mi favorito hasta ahora, ya Dan-t me los había presentado. Muy bueno.