sábado, 4 de octubre de 2008

Decidí telefonear a X. X era generosa. Nunca rechazó mis incursiones eróticas, pero siempre, después de traer un pocillo de café a la cama, cortaba las alas de cualquier pretensión: apresúrate, no me gusta tener un hombre por más de tres horas en las sábanas. Prendíamos la grabadora y escuchábamos “Concierto para piano en mi menor”, de Chopin. X estudia violín y piano en la facultad de Bellas Artes. Antes de conocerla, mis conocimientos musicales eran minúsculos. Mientras nos desvestíamos, hablaba de las diferencias entre una cantata y una sonata. Clases particulares de teoría musical, condimentadas con sensualidad. En cierta ocasión la invité a un concierto de la banda sinfónica departamental. Del chelo brotaban notas que hacían pensar en dios y sus esposas. X, en mitad de la presentación, se levantó de la silla y empezó a bailar. La gente halaba las puntas de su chaquetilla, en un vano intento de hacerla entrar en razón. Impávido, la miré levitar.
X no contestó. El recorrido en el respaldo de un boleto de fútbol. Del lugar A al B hay cien metros. El camino, de ruinas cotidianas, termina en un par de piernas y una cerveza. El Bar de Al no figura en los mapas turísticos de la ciudad. El mes pasado escribí, mientras Luis tocaba las canciones de Sinatra, líneas que nadie recordará: hay mujeres que hacen que los hombres vuelen con sus zapatos/. El olvido se viste de ti/Beso las maripositas del aliento. Nadie habla con nadie. Caminé unas cuantas cuadras. Bar de Al. Una mariposa revolotea sobre los músicos. Los dedos de S. arrancaban suspiros al violín. Pido una pastilla y voy al baño. Dos hombres, sin cerrar la puerta, se acarician. Miro. Algo similar a la desazón comienza a crecer. Al es chulo de maricas. Publicita sus servicios en clasificados crípticos: el placer de sentir la sangre en los labios. Llame al número 7404373. Kavafis. Algunos creen que es la invitación a una tertulia clandestina de poetas. Llaman y la tenue voz los seduce. Se programa la sesión. Los servicios de los chicos de Al van desde mordidas en el cuello hasta amputación de tetillas. Quise escribir sobre todo eso. Concursar en un certamen para jóvenes promesas de la literatura, ganar botellitas de ron y llenar las portadas de mis libros con los autógrafos de escritores conocidos, luego subastarlos en el mercado de las pulgas que improvisan, afuera de los bares, los náufragos de la urbe. Maricas vestidos de toreros, con espadas relucientes y revólveres en el cinto. Escena final: un marica toreando en mitad de la autopista. Pero, aparte de unas cuantas buenas frases, nada salió.

1 comentario:

Daniel Rivera Marín dijo...

ME GUSTA, ESTÁ BIEN BUENO.