domingo, 19 de octubre de 2008

Un tango errante se estacionó en tus fronteras. Salgo al balcón y encuentro los estragos de un naufragio. Abuelos desangelados y puticas de ocasión. El tiempo gira, en círculos expansivos. Se mete por las ranuras de la memoria, diluye las conexiones cerebrales. Imágenes de desarraigo. Ciudad de ceguera. Negación de colores. Foto del álbum familiar: el padre se rasura frente al espejo, al fondo, el sonido de los trastos del desayuno. Cazuelas subversivas y pocillos de cuidado. Si por lo menos alguien lo viera todo. Si delineara un mapa de los cataclismos de esta cuidad. Puñaladas a las cercas. A la pretensión de que un alambre de púas confiere nobleza. Las alambradas son lejanía y colapso. En estas casas, donde las golondrinas se toman un respiro, el color es propiedad colectiva. Y, aunque en las escrituras notariales pertenezcan a inciertas familias, en realidad son de todos. Porque todos las saboreamos con los ojos. Las devoramos con los pasos.
La ciudad es del que la camina. De los nómadas. Zapatos agujereados por la lluvia y el amor. Amor, te doy mis zapatos cansados. Mis calcetines sucios y mis irrefrenables ansias. La ciudad es de los ojos que se asoman por las ventanillas de los buses. De los niños que juegan un picadito en el potrero. Arco: dos travesaños silvestres. Balón: una bolsita con papeles. Zapatillas: los pies. Sin Nike. La carne. Nadie los llama. Vengan a almorzar: porción de viento de la tarde. El alimento sale por las ventanas. Ondas de carne frita y arroz con plátano maduro. Y prosigo, derramando sobre el papel los trastornos del pasión. Recito a Neruda. Don Pablo vive en los tejados de las casas viejas. Lo he visto. Sale a cantar a pleno pulmón: puedo escribir los versos más tristes. Y de la casa de enfrente, apenas en murmullo: Señora muerte, espera un poco. Señora muerte, ya nos vamos. Las palabras aguardienteras del vate.
No puedo detener la procesión. Voy hacia ningúnlado. Allá tengo una hamaca, una silla de mimbre y unos cuantos libros. Pero, lo mejor: tengo cosas que ver y gente que quiere conversar. Ah, aprovecho la ocasión: le pido al gobierno que retire de la constitución la mordaza. La gente no conversa con el corazón en la mano. Teme que un cuervo lo picotee. Mire le muestro: el mío tiene rotos, pero en lugar de sangre sale luz. Luz de sardinas. Cachalotes espaciales y ballenas suicidas que atracan en la playa.
Yo, en plural, digo que la imagen vive por siempre, agazapada en las neuronas. En recuerdos almibarados. Por eso, cada vez que puedo, enlato destellos de sonrisas. Envase número 0001-789. Risita y leve movimiento de cabeza. Fecha de envase: miércoles cinco de septiembre de 2007. Fecha de caducidad: nunca. Es mi ciudad. La única. De cristales rotos y espejos que reflejan ancestros del que los mire. Si. Estas casas son de mi ciudad. Son de ella. De su andar festivo. Del nimbo de alelíes de su agreste cabellera. Le robo la palabra a Jattín: cuando la conocí, venía de estar muerto. Ella es la imagen que quiero rescatar. Toma sorbitos de chocolate y estalla en color. La semiótica es incapaz de narrarla. Sólo es posible comprenderla en arepas con queso rallado.

1 comentario:

Daniel Rivera Marín dijo...

PROLÍFICO. ESO ESTÁ BIEN. ME GUSTA.