viernes, 26 de diciembre de 2008

El olor de la guerra.

Un joven ex policía recuerda cuando su división encontró una fosa común.

El campesino pasaba por un camino veredal de Calamar, Guaviare. A cien metros de la vera, vio una motocicleta abandonada. La lluvia y la feracidad de la tierra la habían reducido a chatarra. Se acercó, temeroso. Pocos metros antes de llegar, pateó un zapato. Un fuerte hedor lo hizo retroceder. Dio aviso a la estación de policía. El teniente encargado comisionó a unos agentes regulares para que custodiaran la zona, mientras el fiscal y el médico legista hacían la remoción de tierra y el levantamiento de cadáveres. El olor impresionó a Andrés. “Estaba como a treinta metros, y podía oler. El olor a muerto se queda en las fosas nasales, adherido a la piel. Pasan semanas y no se va. Por más que se lave el uniforme, sigue ahí, impregnándolo todo. Yo deje semanas enteras el uniforme en una tinaja llena de agua enjabonada. El olor seguía ahí. Encontramos una fosa con dos cadáveres en avanzado estado de descomposición. Estaban descuartizados. Vomité.” Las insuficientes investigaciones develaron que los autores del crimen fueron unos escuadrones paramilitares. Como muchas organizaciones civiles lo han denunciado, las fuerzas armadas del estado colombiano trabajan en compañía de éstos, y por eso sus crímenes la mayor parte de las veces quedan en la impunidad.Andrés es bachiller de un colegio público de Armenia. Cuando le correspondió prestar servicio militar, pidió ser aceptado como regular en la policía. Muchos trataron de disuadirlo, pero ningún argumento lo hizo ceder en sus pretensiones. El día en que ayudó a transportar los cadáveres, decidió abandonar la carrera policial. “Como no hubo forma de encontrar señales de identificación en la fosa, decidimos poner los cuerpos lo más lejos de la estación. La morgue era un cambuche sin techo. El olor seguía presente. Recuerdo que ese día nos dieron de almuerzo arroz, papas y plátanos maduros y carne frita. No probé bocado. Extendimos la ropa de los cadáveres en las afueras de la estación.”Lo que más lo conmocionó fue el rostro desencajado de una señora que, al ver la ropa extendida, comprendió que el hijo ya no estaba desaparecido. “Venía a poner la denuncia por desaparición. Pero, cuando vio la ropa, se puso a llorar. Se halaba el pelo. Fue algo que me impresionó. No quiero repetir esa situación.”Estudia en la Universidad. Es atento en clase, y jocoso en los pasillos. Aunque, de vez en cuando, por unos segundos, la tragedia se dibuja en su rostro. Trata, entre tareas y trabajos, olvidar. El otro cuerpo, que él sepa, no fue reclamado por nadie. “Un N.N. más”.

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