lunes, 8 de diciembre de 2008

Relatos del Más Acá.

La vida de un joven campesino en zona de conflicto. Hace cuatro años vive en Armenia.

Burló la vigilancia del Hospital Psiquiátrico. Botas pantaneras, camisa de manga larga y
jean negro, lo hacían ver como un labriego más. Errático, caminó por las calles de Puerto Asís, departamento de Putumayo, durante unas cuantas horas. Los paramilitares, dueños absolutos de la parte urbana, recelaron. Preguntaron. Nadie dio razón de él. Lo pararon en una esquina y balearon. Ningún organismo estatal investigó el caso. Andrés se enteró pasados los días. “Era un enfermo mental, no le hacia daño a nadie”, recuerda.
Nacido en Puerto Asís, Andrés conoce los estragos de la guerra. El casco urbano, territorio paramilitar. La parte rural, del frente 48 de las FARC. El primer día de clases de 1999 la chiva en la que viajaba al colegio fue detenida por un grupo de guerrilleros. Jóvenes, con pistola en el cinto y una AK- 47 colgada en el hombro, hicieron apear a los pasajeros, cerca al río Putumayo. Pidieron documentos de identidad y revisaron maletines. Dijeron que era un procedimiento de rutina. Andrés, después de recibir la Tarjeta de Identidad, se acercó a la vera del río. Aguas turbias mecían una pequeña lancha, encallada a menos de treinta metros del bus. Tres hombres apilaban costales llenos de mata de coca y recipientes azules. “Oliver”, el jefe de la cuadrilla, presionó el hombro de Andrés. “Qué haces por aquí. Vete para la chiva, que ya va a arrancar. Yo había pasado unos meses con una tía aquí, en Armenia, por eso tenía acento. Preguntó de dónde era y qué hacía en Puerto Asís.”, dice Andrés.
Los campesinos están en la mitad de un continuo tira y afloje de los bandos. En una ocasión, varios milicianos llegaron a la finca familiar. Tomaron agua del aljibe y dejaron guardado, en las piezas de atrás, armamento. “Uno no sabe qué hacer. Si uno les dice que no, piensan que uno es enemigo de ellos. Si el ejercito encuentra eso, pues mandan a los paras. Varias personas murieron en la ciudad porque supuestamente eran auxiliadores de la guerrilla. Es miedo de la gente. Recuerdo que una vez un muchacho, al ver al ejército, salió corriendo. Le dio susto. En la zona de conflicto el ambiente es tenso. Bueno, al ver que corría, le dispararon. Luego, lo disfrazaron de guerrillero”, sostiene.
Las FARC organizaban jornadas de limpieza. Los campesinos desyerbaban los caminos y recogían la basura. Las tareas, asignadas según cronograma hecho por los cabecillas, cubrían a todas las veredas y eran inexcusables. Nadie, sin pedir permiso con días de anticipación, podía faltar. “Todo estaba planeado. Si yo faltaba, debía tener excusa, de lo contrario… Pero, si el ejército pasaba por ahí, entonces uno tenía que alejarse. Era probable que se armara un combate. Eso casi nunca pasaba. Todo era muy ordenado.”
Casi todos los campesinos de la zona cultivaban coca. Mientras una cosecha de plátanos se demora seis meses para estar lista, una de coca sale al mercado en tres. Con el transporte fluvial, los riesgos son mínimos. La guerrilla iba a las casas de los cocaleros. Mil quinientos pagaba el gramo. “Puerto Nuevo, un pueblo del Ecuador, era en donde las FARC almacenaban la coca. A veces los campesinos iban hasta allá. En ese tiempo no había tanto problema con el ejército”. Las cifras de erradicación de mata de coca son inexactas, al menos eso dice Andrés, pues los cultivos se han internado jungla adentro. “El ejército elimina las plantaciones que están cerca de los caminos. Pero, al fondo, en plena selva, hay más coca.”

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