martes, 2 de diciembre de 2008

RELATO URBANO

Sigo con la arqueologia. De mis naufragios, estos textos recuperados del olvido dan noticia. Ahora, con el tiempo y el amor, una balsa me lleva a puerto seguro. Esa balsa es, a su vez, el puerto de crespas olas.

No quiero presumir, pero debo decir que conocí el cielo, y, además de conocerlo, lo vi bailar. Es cierto, y supe que ese cielo se llama Laura, Laura Sampedro. La vi en un bar de la avenida Bolívar, con las retinas llenas de vestigios y la falda aleteando como gaviota. Ella sola, con la sonrisa fresca, bailaba, compensando la ingratitud de estar en un lugar lleno de gente sudorosa. La música era un asco; un híbrido baboso, molusco prehistórico salido de las pesadillas de Poe. Pero ella bailaba, lo hacía como una ninfa de cabaret, con la poesía adherida a sus tobillos. Sólo al verla la noche se compuso. Le dije a un amigo que me largaba, cuando me percaté que Laura era novia de Héctor, el campeón juvenil de karate-do. Además, yo no tengo la pinta de Rock Hudson, el galán de las películas de Sirk, como para estar pensando que Laura se fijara en mí. Salí del bar, el aire apestaba a cloaca metropolitana.

Caminé por la catorce, hasta llegar al puente de la universidad. Allí me detuve, me senté en el andén y esperé que la buseta, la que va para Villa Liliana, pasara. En la acera del frente, una pareja protagonizaba una cursi escena de romanticismo trasnochado. Una blusa azul cielo transparentaba el busto de la muchacha. El bus llegó, y la soledad se mostró como un dinosaurio -ojo, nada que ver con Monterroso-, el viento se alzó en armas, y el reloj se empecinó en coleccionar absurdos. Subirme al bus fue en espectáculo: ebrio, y con la imagen frutal de Laura Sampedro en la cabeza, no fue fácil coordinar los movimientos.

1 comentario:

vacio profundo dijo...

La imagen frutal de Laura no la conocía... Se me hace que le recortaron notas musicales al compás